viernes, 25 de abril de 2025

Céline y su viaje por la noche

 Fue un descubrimiento surgido de la nada. Es como si algo me hubiese llamado a la lectura de esta novela. El misterio a veces surge espontáneamente como lo hacen las nubes que cruzan los cielos y, realmente para mí, el cómo llegó la idea de leerla, fue un misterio total. A veces, las nubes vienen negras y oscurecen el panorama, por lo cual hay que tomar precauciones para seguir viviendo. Y cuando cae la noche, habrá que buscar un lugar donde refugiarse y encontrar un corruelo que nos asegure el pan y el techo de cada día. Cuando viene la urgencia de escapar, de huir de los peligros, no hay que pensarlo dos veces. Esto y muchas otras cosas me han hecho pensar "Viaje al fin de la noche" de Louis-Ferdinand Céline, escritor francés que alcanzó a vivir parte de su infancia a fines del siglo XIX. 


Hay varias cosas que se pueden mencionar respecto a esta novela. Vamos por parte y no nos apuremos. En primer lugar, Céline logró conciliar la palabra escrita, el ritmo, la riqueza sonora y el calor de la oralidad del francés en sus escritos. Probablemente, el que sepa leer francés sabrá apreciar este aspecto que menciono. Es en ese idioma donde nos percatamos en profundidad de la musicalidad de ese argot y registros coloquiales, abundantes en la obra. Asimismo, hay que destacar que Céline es un revolucionario literario, entre otros atributos que iremos mencionando, porque el uso de ese argot, una sintaxis novedosa y transgresora, ese traslado de la oralidad a la palabra escrita, hace que las traducciones, por ejemplo al castellano, logren un tono original. 

La novela comienza con una frase que a primeras, no se capta para dónde quiere ir, a lo que se refiere; pero que a medida que te adentras en la lectura, vas captando su significado más profundo. La primera línea que leemos dice: "La cosa empezó así...". Como decía, esa "cosa" es en el fondo la gran noche que debe recorrer Bardamus, el protagonista que nos cuenta esta historia. Y la cosa empieza así: previo a la Primera Guerra Mundial, en un café-bar de París se encuentran Bardamus y unos amigos y amigas, y de pronto, ellos ven pasar un desfile de soldados. Este hecho provoca en el protagonista un arranque de idiotez y chovinismo (quizás) enlistándose en el ejército. Avanzada un poco más la historia, y ya en el frente de batalla, el protagonista nos describe el horror de la guerra en las trincheras. Y es en esta parte donde afloran las decisiones y reflexiones de Bardamus, respecto de distintos temas. La muerte, la vida, la cobardía, la soledad, el amor, el dinero y la codicia, serán los grandes temas que aborda esta obra literaria, entre tantos más. Hay que hacer notar que, en cuanto a la cobardía, el protagonista, no vacila en declararse un cobarde en pro de su vida, porque él sí sabe lo que quiere: «¡Oh! ¡Usted es, pues, completamente cobarde, Ferdinand! ¡Es repugnante como una rata!—Sí, completamente cobarde, Lola, rechazo la guerra y a todos los hombres que contiene, no quiero tener nada más que ver con ellos, con ella.» Aquel que pueda apreciar bien esta parte de la cita, en el libro, podrá entender cómo Bardamus (el alter ego del autor), privilegia estar vivo en vez de estar muerto en una trinchera. Acá llegamos al momento de deserción. El protagonista abandona el ejército. 


Llega el momento de viajar para Bardamus. El destino es África en las colonias francesas. En este lugar, Bardamus, conoce la crudeza de la geografía africana. Con agudeza y sin anestesia, se describen las peripecias del protagonista con las fiebres que lo aquejaban y su relación con los aborígenes locales. Los funcionarios franceses de estas colonias, se muestran corruptos hasta el nivel de ser proxenetas, entre otras cosas. Luego de esta etapa africana, Bardamus, se escapa del continente negro, donde experimentaba la soledad del aislamiento geográfico. Llega a EE.UU, a la ciudad de Nueva York. Acá se vuelve a encontrar con Lola, pero con consecuencias no muy agradables para ambos personajes. Es en el país norteamericano donde encuentra trabajo en la industria automovilística de Ford. A nuestro juicio, esta parte de la novela es una de las más interesantes, puesto que se manifiesta una crítica, bastante evidente, contra el fordismo y el capitalismo. Cuando Bardamus encuentra una oportunidad de trabajo en Ford, en el momento de la entrevista laboral, es ninguneado por el entrevistador, al manifestar el protagonista que tenía ciertos estudios de medicina; sin embargo, la respuesta que recibió fue certera: "No te van a servir de nada aquí los estudios, chico! No has venido aquí para pensar, sino para hacer los gestos que te ordenen ejecutar... En nuestra fábrica no necesitamos a imaginativos. Lo que necesitamos son chimpancés... Y otro consejo. ¡No vuelvas a hablarnos de tu inteligencia! ¡Ya pensaremos por ti, amigo! Ya lo sabes." Esta es una respuesta descarnada, deshumanizada, sólo se existe en ese sistema para ser un número más y producir como una máquina. Luego de esta etapa norteamericana, el protagonista y narrador, vuelve a Francia para ejercer su profesión de médico en un pueblo cercano a París. Se podría decir que Céline, acá, nos muestra las dos caras del París de los "locos" años veinte: el rostro de los pobres y de los ricos. Ambos grupos humanos muestran sus vicios y virtudes, pero lo que en el fondo se destaca, es la miserable moral de la sociedad occidental. El autor, en este sentido, es un cronista de la decadencia moral del hombre occidental del siglo XX. Esto es lo que nos hace pensar que esta obra es una novela de pensamiento, de reflexión por antonomasia. Los valores humanos, bajo esta lógica, se encuentran oscurecidos por la noche, esa noche de la guerra y su devastación. 

Se podría creer que la gran tradición de la novela francesa sería la novela de aventura, no obstante, con un poco más de análisis, se podría decir que esa tradición es más bien moralista. El autor da vuelta esta tradición, mostrando las flaquezas y obsesiones de las personas. En definitiva los aspectos más repugnantes del hombre actual. La sociedad de la posguerra de 1918, ha sido arrasada también en el plano moral. Está destruida Europa desde sus mismas bases: la moral de los hombres y mujeres que componen esa sociedad. De alguna forma se asoma la interrogante: ¿qué significa el viaje al fin de la noche? La noche es la destrucción cultural, por consiguiente, devastación moral, de toda la Europa de los años veinte y en adelante. Este viaje es un tránsito hacia el pesimismo de la cruda realidad del hombre actual. Hay en la voz del narrador un desencanto absoluto respecto del mundo y sus dinámicas. También se aprecia a las personas en su faceta de hipócritas; ora preocupados por el qué dirán, ora urgidos por conseguir bienes y riquezas, por lo cual están dispuestos a todo. Bajo esta lógica, la novela es un registro descarnado. Hay en la novela un disparo de las percepciones, por ejemplo cuando sucede lo siguiente: "Quise examinarla, pero perdía tanta sangre, era tal papilla, que no se le podía ver ni un centímetro de vagina. Cuajarones. Hacía «gluglú» entre sus piernas como en el cuello cortado del coronel en la guerra. Me limité a colocarle de nuevo el algodón y a arroparla." Evidente es el viaje neurótico del protagonista, hacia los días de la guerra y su crudeza.

La mirada ácida del autor me impresionó bastante. Creo que lo que proyecta la obra, es una cosmovisión de la vida cínica, en el buen sentido de la palabra. Esto quiere decir que el autor, viendo la hipocresía del mundo, de la sociedad, decide tomar una moral personal, individual, que puede parecer una moral antisistémica; pero es la que le sirve para moverse en este mundo tan rata, que es nuestra sociedad, en resumidas cuentas. El ver y mostrar el mundo corrompido, ya podrido, es lo que realmente nos hace pensar que el autor es gran moralista; es el que retoma esa tradición de la hablaba anteriormente. Lo que nos deja la obra, a nosotros sus lectores, es que Bardamus hace un viaje personal al final de esa noche oscura. Nos dice que como sociedad no se aprende y que volvemos constantemente a cometer siempre casi los mismos errores. La verdadera literatura pasa porque nos toca una fibra, que viene desde muy atrás; es en el fondo, ese descenso, esa caída o esa condición de caído, lo que nos puede llevar a un resurgir. Lo que nos da Céline es el miedo, el terror, esa voz del narrador que nos sumerge en sus reflexiones existenciales y pesimistas, pero verdaderas en su sentido cotidiano y realista. Así es la cosa. Acá, vuelvo a decirlo quizás con otras palabras; lo que hace el autor es llevar a cabo una profunda crítica a la esencia de la humanidad misma. El mundo humano está vacío en un mar de indiferencia. La obra nos muestra, además, cómo el progreso humano se alimenta de la miseria que experimenta la gran mayoría. Hay un nihilismo extremo. Hay un camino y un destino que no se diferencian. No se puede confiar en el prójimo, en otro ser humano. Es triste si lo pensamos seriamente. 

Para finalizar, sólo mencionar que este autor me ha sorprendido con creces y me ha gustado mucho esta primera obra que leo de él. Busqué un par de cosas respecto de su oficio de escritor y me pude dar cuenta que Céline; poseía todo aquello que pertenecía a la vanguardia de su época: sentido de la misión (como buen moralista sin filtros), dogmatismo (podría ser), ambición por el diagnóstico social (su mirada pesimista de la sociedad), su enfoque estético revolucionario (su argot, oralidad-escritura y sintaxis) y, por último, la pretensión de hacer cumplir su cosmovisión a través de una obra demoledora. Louis-Ferdinand Céline, influenció a grandes de la literatura; ejemplo de ello son: Samuel Becket, William Burrows, Henry Miller, Charles Bukowski, Jan Jenet, Gunter Grass, Jack Kerowak, y por supuesto a los poetas beat. Demás está decir que la obra cuando fue publicada en 1932, obtuvo grandes premios y consideraciones de la crítica. Finalista del premio Gonkurt y ganador del premio Prix Renault el mismo año que publicó su obra. Lo cierto es que algunos habrán querido desacreditar al autor y su trabajo, por sus comentarios antisemitas, sin embargo, en esta obra no se puede apreciar nada de aquello. Ante lo cual, lea la novela, le dejará más de alguna reflexión. Recomendable totalmente.

martes, 8 de abril de 2025

Ascensión de fin de año


Despertó como de costumbre antes que sonara el despertador, se puso atento para apagarlo cuando comenzara el ringtone; había dormido mal y sentía cierta pesadez en su cabeza y producía un silbido al respirar. Apenas sonó el despertador lo apagó y se metió en el baño; cuando se miró en el espejo para lavarse los dientes se impresionó, no podía creer lo que veía, era su rostro casi desfigurado por un bulto que nacía en su mentón y abarcaba todo el costado izquierdo del cuello. Se palpó la hinchazón, no era dura, pero tampoco era una inflamación normal, se dijo a sí mismo – tendré que pedirle permiso a doña Misericordia para ir al médico. Se duchó y comenzó a vestirse, cuando se puso la camisa se dio cuenta que el primero y segundo botón no podía abrocharlos por la hinchazón del cuello, menos pudo ponerse corbata. Salvó la situación poniéndose una bufanda, aunque ya era primavera, no podía presentarse en su trabajo con la camisa abierta.


Por cierto que llegó atrasado a su trabajo, entró casi corriendo al colegio donde trabaja y pasó frente a la ventana de la oficina de la directora, le hizo una especie de reverencia a modo de saludo, como respuesta obtuvo un gesto con la mano de doña Misericordia para que se apurara en tomar el curso. Su lugar de trabajo era oscuro, no porque faltara luz o fuera de construcción antigua; al contrario, la directora siempre se ufanaba de estar construyendo nuevas salas de clases porque estaban llegando más alumnos. Lo tétrico era el clima que siempre se percibía denso, pesado como un océano, profundo como un cielo estrellado. Los colegas luchaban entre sí para obtener la bonificación del empleado del mes, que era lo más esperado por los funcionarios. La envidia, los celos y la competencia eran la ley; muchas veces esta lucha era exacerbada por los comentarios de doña Misericordia para indisponer unos con otros. Aquellos que conseguían los mejores resultados académicos con sus alumnos, disfrutaban de la adulación –por cierto del dinero- y del reconocimiento de sus apoderados; quienes no, recibían el escarnio público, el repudio y peligraba su permanencia en el establecimiento.

Cuando entró a la sala de clases, sus alumnos comenzaron a preguntarle por qué andaba con bufanda si ya no hacía frío; cuando notaron el bulto en su cuello los cuchicheos entre ellos abundaron y fueron aumentando de tono. Tuvo que alzar la voz para hacer callar a su curso; fue agotador hacer clases esa mañana y con el esfuerzo que hizo para hacerse escuchar, empezó a enmudecer. En el recreo del almuerzo fue llamado a la oficina de la directora. Primero tuvo que dar explicaciones por su atraso al ingreso de la jornada, con el hilo de voz que le quedaba; le dijo que las razones eran de salud y estaban a la vista, obvió la parte en que estuvo largo rato tratando de ponerse la corbata. Tendré que pedirle permiso para ir al médico – le dijo a la directora; trate de pedir hora fuera de su horario de trabajo – le respondió ella, y agregó – en todo caso los tratamientos hoy en día son muy efectivos, Parrita, no se preocupe – de la boca esas palabras fueron vomitadas con un dejo sardónico; Nicanor, petrificado por dentro, la miraba casi sin aliento, y sin ningún argumento, miró a través de la vertical y angosta ventana de aquella oficina. Abatido salió de la oficina de la directora y notó que los profesores y alumnos que estaban en el patio lo miraban como bicho raro; a esa hora su estado ya era conocido por todos y los alumnos se referían a él como el Profe del Cototo; otros más crueles le llamaban El Pelícano.

Sólo pudo conseguir atención médica para una semana más, mientras tuvo que seguir haciendo clases; cada día le costaba más hablar hasta que enmudeció. Nuevamente fue llamado a la oficina de la directora, quien solo le dijo – trate de pedir licencia médica, así podré reemplazarlo. Por fin llegó el día de la atención médica; se presentó puntualmente en el centro médico; aunque tenía reservada la hora de atención, igual tuvo que esperar casi cuarenta y cinco minutos para que lo atendiera el médico. Fue llamado por el altavoz a la consulta tres, entró y un médico con cara de cansado comenzó a hacerle preguntas, que apenas pudo contestar por su problema de voz; luego comenzó una examinación táctil y visual, le palpo el tumor y le hizo abrir la boca alumbrando su cavidad bucal con una lamparilla; no decía nada, solo movía la cabeza de derecha a izquierda y viceversa. El médico terminó de examinarlo y se sentó a su escritorio para escribir en el computador, sin decir una palabra. Luego imprimió varias hojas y recién comenzó a hablar, - se tiene que hacer estos exámenes- y le entregó varias hojas con órdenes de examen médico; luego comentó – no puedo aseverar nada hasta que vea el resultado de los exámenes, pero mi experiencia me indica que esto está serio, por otra parte no puedo darle licencia médica hasta que tenga un diagnóstico. Nicanor abandonó el centro médico más apesadumbrado que nunca.

Como no le dieron licencia médica tuvo que volver a hablar con directora y ante la imposibilidad de hacer clases, ésta con cara de disgusto lo asignó a la biblioteca para atender pedidos de libros, fichar nuevos libros y volver a empastar aquellos que estaban deteriorados; otra parte de su jornada la dedicaba a registrar asistencia en los libros de clases y completar estadísticas. Hasta ese momento su estado era una ola de rumores entre el personal, aunque sus estudiantes deducían no con mucho esfuerzo que su fin no estaba lejos. Cada día lo veían más demacrado y el cansancio se notaba en sus gestos. Sus más de cincuenta horas semanales lo fueron acabando poco a poco, hasta el punto que su misma indumentaria se veía ajada. Un profesor insidiosamente le preguntó por qué se veía como un Quijote vagando por valles y colinas, Nicanor solo contestó - ¿qué te parece mi cara abofeteada?; el profesor, que al parecer no entendía mucho de figuras literarias, tomó literalmente la respuesta de Nicanor y le espetó -¿quién te propinó la cachetada? Nicanor miró atónito a su interlocutor, evitó hacer un comentario ante la falta de perspicacia de su colega y siguió registrando la estadística de los alumnos que habían cometido alguna falta durante la semana.

Los rumores no se dejaron de escuchar desde ese momento en la sala de profesores y en el pequeño comedor donde almorzaban; una profesora, que siempre se jactaba de estar muy bien informada, afirmó que la directora, ante la evidente ineptitud de Nicanor, había propinado tal cachetada en el viejo rostro del profesor, que ésta se había escuchado hasta en su sala de clases; dicho esto, la profesora miró los rostros embobados de sus colegas y lanzó una estentórea carcajada.

Cuando Nicanor supo de la versión de la profesora, que a esta altura se había transformado en la versión oficial de un hecho que nunca había ocurrido, reflexionó – cuando las personas quieren creer sin tapujos ni barreras, sólo la fe ciega los sustenta. Todo este ambiente con sus colegas produjo que Nicanor se volviera más hacia su interior; se refugió en los recuerdos de su adolescencia cuando los días eran luminosos y derrochaba juventud, recuerda aquella joven pálida y sombría que conoció en su pueblo cuando ambos despertaban a las experiencias fascinantes de la juventud que sin querer dejan huellas. La relación con ella fue de estricta cortesía, sólo palabras; puede que alguna vez la haya besado, pero quien no besa a sus amigas. Disfrutaba de la compañía de aquella joven melancólica que tuvo una inmerecida muerte y de la cual ya ni recuerda el nombre, por eso la nombra como María.

Los exámenes médicos confirmaron las sospechas del médico y los temores de Nicanor. Fue sometido a una cirugía para extirpar el tumor y posteriormente a un tratamiento de radiación. También tuvo que atenderse con un oftalmólogo porque su visión estaba muy deteriorada. Después de una larga licencia médica, en la que además tuvo apuros económicos porque el Compin rechazaba las licencias médicas y las que aceptaba, demoraba en pagarlas. Ya recuperada su voz y superado el tratamiento, con sus lentes de marco negro, cristales gruesos como lupa y su aspecto de espantapájaros, se presentó Nicanor en el colegio para retomar sus clases. Sus colegas al verlo comenzaron a murmurar respecto de los lentes y de qué le habría pasado en la vista. Realmente esos marcos son muy feos y no le vienen a su rostro demacrado, dijo una profesora que era la esteticién entre sus pares y que siempre marcaba la pauta de lo que había que vestir. Por su parte, los alumnos felicitaron a Nicanor por su nueva adquisición y lo animaron a sentirse bien consigo mismo, aunque sabían del aspecto ridículo que adquirió con aquellos gruesos lentes. A la semana de haber vuelto a trabajar sobrevino en el patio del colegio un conato de pelea entre dos alumnos que luego se transformó en una trifulca generalizada; Nicanor que se encontraba justo en el centro del patio conversando animadamente con un pequeño grupo de alumnos sobre un gaucho argentino que deja la ciudad para hacerse cargo de una estancia en la pampa, se ve envuelto en esta tromba en que se había transformado la pelea, trató de intervenir para parar el altercado pero fue arrastrado por la masa; perdió el equilibrio y en la caída perdió sus lentes que fueron pisoteados.

Como no contaba con los recursos necesarios para reponer inmediatamente los lentes, Nicanor tuvo que hacer clases esforzando su vista. Un colega que animaba la conversación en la sala de profesores durante los recreos con sus chistes repetidos y sin gracia, le preguntó a Nicanor cómo había llegado a estropearse tanto la visión; solamente me los he arruinado haciendo clases, con la mala luz, el sol y la miserable luna, a tal punto que a tres metros ni siquiera reconozco a mi propia madre, respondió Nicanor, ¿pero no habías contado que tu madre había fallecido hace años?, preguntó una profesora mientras le mostraba a otra un catálogo de ventas de perfumes. El resto de los profesores se volvió a sumir en la revisión de sus computadores personales.

Llegó el fin del año escolar y a Nicanor le correspondió hacer el discurso para despedir a los alumnos que egresaban en la ceremonia de licenciatura. Aquel día Nicanor se presentó con un aire renovado, su piel estaba tersa y firme, su postura ya no estaba encorvada y su voz retumbaba con el vigor de la lozanía. Las palabras que Nicanor dirigió a sus alumnos estuvieron enmarcadas por la solemnidad, destacó que tal como ellos, él también fue joven, tuvo sus mismos sueños, fundir el cobre y limar las caras del diamante; los alumnos emocionados por las palabras de Nicanor, vieron como a medida que avanzaba el discurso la figura de su profesor crecía para luego levitar y finalmente lo vieron perderse por sobre el edificio del colegio y aseguran los que presenciaron aquella ceremonia haberle escuchado pronunciar el nombre María.


R.L. y F.C.


sábado, 5 de abril de 2025

Los infinitos libros de Irene

Recuerdo que cuando era un niño de diez años aproximadamente mi abuelo tenía muchos libros en su departamento, los cuales tenían lomos hechos con género, eso me llamaba la atención, porque sentía que esos libros eran hechos por sus manos y que venían de una época más antigua que la de él, en algunos casos. Aquellos libros de mi abuelo, luego de su muerte, han perdurado ya casi cuarenta y cinco años en el entorno familiar. También recuerdo los paseos de fin de semana a la plaza O’ Higgins en Valparaíso y a la feria de las “pulgas”, que se instalaba en el lugar. Allí se encontraban libros que se notaba que eran muy antiguos junto con objetos de otras épocas. Para mí los libros traspasan la barrera del tiempo, y no sólo porque el papel termina como alimento de polillas, sino porque las ideas o historias contenidas en el objeto-libro, que año a año acumula polvo y sus hojas se vuelven amarillas, evocan emociones, aprendizajes y tiempos mejores, entre muchas más cosas. Esas idas de fin de semana a la plaza a ver antigüedades y libros viejos, formaron de alguna manera mi identidad de lector. Descubrí la literatura y sus mundos, sus profundidades y vericuetos escondidos para aquellos que no la leen, y que, por lo tanto, no la pueden apreciar. Yo tengo la costumbre de leer diariamente y siento que sin los libros no tendría un puente para llegar a las ideas de los otros. Pero hay gente que aún se pierde de este bello tesoro, que es leer. Sé que para muchos, en estos tiempos, el libro y la lectura no son más que actividades prescindibles, aunque no se han dado cuenta qué tan bien les haría para mejorar sus dotes comunicativas, leer de verdad. Cuando Irene Vallejo dice que “los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien”, tiene toda la razón al decir esto a través de la visión de los habitantes del mundo antiguo, respecto de la importancia de la lectura como actividad que nutre el pensamiento de los seres humanos. Hoy en día las personas casi no saben hablar y menos pensar. Les cuesta mucho entender un libro o un texto de unas cuantas páginas. Quizás esto gracias a la desidia o al actual imperio de la imagen, que rige la vida de millones. Para cualquier lector con amor a las letras; éste se dará cuenta inmediatamente, que este libro, que reseñamos acá, es un llamado de atención para girar nuestra mirada hacia los libros; y entender éstos, como la raíz o fuente indispensable del auténtico saber humano. Dice la autora que el sueño alejandrino de las bibliotecas infinitas y el saber sin límites son algo fundamental para el desarrollo intelectual humano. El papel, la imprenta, la curiosidad liberada de miedos y pecados, conducirán a los mismos umbrales de la modernidad. Estamos en esa modernidad ( o posmodernidad), y sin embargo, pienso que vivimos una época de la crisis del saber. Aunque en la actualidad tenemos un acceso inigualable a la información y, por ende a los libros, muchas personas se están perdiendo en la superficie de las cosas; viendo videos y más videos que sólo exploran lo jocoso, la moda chistosa del chascarro más atractivo, y que no aportan mayormente al desarrollo cultural colectivo. Es lamentable. 


Lo que hace Irene Vallejo, escritora, prensadora y filóloga española (nacida en 1979), que colabora con medios de comunicación; es que nos ha dado uno de los ensayos más aclaratorios y bellos del último tiempo respecto del conocimiento y del libro, como de su evaluación también. De esta herramienta llamada libro, que prolonga la memoria humana; habla y reflexiona la española en una danza de conocimientos acerca del tema, como pocos lo han hecho. “El infinito en un junco” es un ensayo hermoso acerca de la historia del libro, repito, el cual es un artefacto trascendente de la cultura humana, y que no ha sido superado, ni siquiera por la mejor tecnología de la actualidad. Hoy en día aún se siguen vendiendo en librerías ejemplares físicos de los textos, que en el fondo son los libros. Osadamente los podemos comparar con las Tablas de la Ley de Moisés. Nuestro tiempo de alguna manera ha perdido esa relación íntima que la humanidad mantuvo desde sus orígenes con el libro. Ese vínculo de perpetuidad del saber y de la experiencia humana, es quizáslo que hoy se ha perdido. Creo que es por eso que para la pensadora, Grecia y Roma, son los ejes fundamentales para desarrollar su obra. Sin duda, estas civilizaciones marcan el precedente del saber y la erudición del conocimiento, por antonomasia en occidente. Así nos adentramos en los vericuetos de la historia, para entender cómo surge la escritura y los libros y también el pensamiento humano. Civilizaciones, guerras, miedos, territorios, bibliotecas, incendios, personajes ilustres del saber universal, amores, envidias, ideas e imaginación, entre otros; son elementos transversales a lo largo de todo el bello libro de la oriunda de Zaragoza. Pensadores, poetas, trovadores, bibliotecarios, esclavos romanos, copistas de libros y muchas cosas más son retratados y puestos al balance de los tiempos actuales por parte de la autora. Esto nos permite tener una noción bien clara de las cosas que propone y entender hacia dónde camina la propuesta de este libro, que reseñamos a continuación.


El aporte griego

Vallejo nos ofrece un retrato vívido de la cultura griega, destacando su influencia perdurable en la historia del libro. El dominio heleno en términos culturales y civilizatorios, Irene Vallejo, lo plasma desde tres puntos inconfundibles: Alejandro Magno, la dinastía Ptolemaica y la influencia Helenística. Ya en las primeras páginas de este texto, encontraremos que la ciudad de Alejandría, en Egipto, será el gran pilar cultural que otorgará los cimientos de nuestra actual sociedad de la información. En la antigüedad surge la escritura, los papiros, los pergaminos y también las bibliotecas y el museo. En el libro editado por Penguin Random House Grupo Editorial en 2022, las explicaciones e interpretaciones históricas, etnográficas, sociológicas, literarias y filosóficas, son abordados por la mirada analítica de la autora; enlazando las ideas y hechos del pasado con aquellas cosas del presente (vuelvo a reiterar esta idea porque realmente es magistral, a mi gusto), que nos hacen comprender lo importante que es para el progreso humano. El libro, objeto inerte, cobra vida en la mirada del lector, desatando un diálogo eterno entre el pasado y el presente. Ése es el uso que se le debe dar y no un fetichismo estéril de coleccionista inútil, como ciertos monarcas del pasado hacían. Sin embargo, los bibliomanos, con ese afán de coleccionar (en todo caso no sé si la palabra “coleccionar” sea aquí la más apropiada. Todos somos de alguna forma coleccionistas de libros, lo confieso) libros, hacen algo fundamental para la creación y difusión del conocimiento; de la sabiduría versus el hostigante olvido que amenaza con borrar todo vestigio de nuestra existencia por este mundo. Escribir y leer son hermanos inseparables y su morada es el libro. Allí es donde se dan todas las posibilidades que pueda otorgar nuestro lenguaje humano e imaginación. Esta es la sensación que proyecta la lectura de esta gran obra de la española Irene Vallejo. 

En las grandes infraestructuras del pasado (tanto de Roma como de Grecia), se monta el escenario ideal que la autora nos entrega a través de palabras precisas y bien cuidadas, las cuales va tejiendo con maestría; y así la pensadora nos sumerge en épocas y culturas ya extintas para nosotros. Nos guía en los laberintos del libro y del tiempo. De esta forma es como nos hacemos la idea cabal de ese pasado esplendoroso y a veces contradictorio, que nos entrega esta obra respecto al libro y el saber humano. Con las hábiles manos de Penélope va tejiendo la española todo el traje textual que es este “infinito en el junco” que muestra a sus lectores. Sé que volvemos sobre esta idea, pero es fundamental: la gran Biblioteca de Alejandría, el Faro de Alejandría y el Museo, son como unos tótem para el conocimiento humano en general, y para los amantes del saber, por cierto. Serán, también, importantísimas estos “tótems”, para el desarrollo explicativo de las ideas que se exponen en esta obra. El trabajo que la autora nos entrega, está cargado de analogías hermosas, citando verdaderos próceres de las bibliotecas como lo fue Borges: “En un sorprendente anacronismo, Borges presagia el mundo actual. El relato contiene, es cierto, una intuición contemporánea: la red electrónica, el concepto que ahora denominamos web, es una réplica del funcionamiento de las bibliotecas". Estas palabras de la autora, aluden a aquel cuento de Borges llamado “La biblioteca de Babel” y nos sirve como metáfora para entender lo importante que fue la biblioteca de Alejandría para la cultura occidental. Este libro tiene ese sabor a ciudad cosmopolita. Esto por gracia y crédito del gran Alejandro Magno. Este personaje histórico es otro eje central, también; que permite entender cómo surge el pensar, la escritura y el libro. El relato o la explicación de la maratónica carrera por unificar todas las visiones posibles del pensamiento en un lugar reconocible e icónico como una biblioteca, fue el sueño del conquistador macedonio, que a la postre se cumplió de alguna forma y trascendió en el tiempo y pudo llegar a nosotros. Sueño que de alguna manera tiene eco en nuestros días con la figura todopoderosa y omnisciente de internet. Otro aspecto interesante del libro, se relaciona con las ansias del hombre por preservar el saber. Hoy la humanidad no sería lo que es, sin ese espíritu y curiosidad, que se gestó en los albores de la civilización occidental. En este sentido, la oralidad por cierto es rescatada por la intelectual española, dándole la importancia necesaria para entenderla como si ésta fuese una especie de bisagra entre el soplo de las palabras cuando se dicen a voz viva y los signos lingüísticos grabados en papiros, cortezas de árboles, con caligrafías excelsas y hermosas, tanto en madera o en cueros de animales. La biblioteca de Alejandría contaba con una cantidad de libros muy variado y enorme, que por distintos azares y tragedias de la historia fueron disolviéndose en las aguas de los tiempos. Esto nos condiciona de alguna forma para tener todo el espectro del saber del pasado, hoy en nuestras manos bajo la égida de la web. En ella (la Biblioteca) estaban reflejados todos los temas, todas las ideas y reflexiones, todas las miradas más avanzadas y punzantes del tiempo antiguo. Y esta ocurrencia es meritoria darle vueltas, y lo hace la autora, porque en el fondo es un punto de referencia insoslayable para entender la posterior trascendencia del libro, como objeto transmisor de cultura. 


El aporte romano

En la parte del libro dedicado al legado romano, encontramos que Vallejo, nos muestra esa actitud avasalladora de la cultura romana antigua. Eso de “aquí estamos nosotros, y ¿qué sucede?”. Ese dominar a través de la fuerza militar y del dinero, y, además, ellos queriendo siempre tener un sustento cultural, un relato que les dé sentido de cierto "chovinismo", que los haga destacar por sobre los demás pueblos; y así dominar y conquistar. Ése es el juego que jugaron los antiguos romanos y de lo cual se nos explica en esta obra. Lo más apropiado (para los romanos), nos cuenta el libro de la española, fue que los habitantes del Lacio imitaron a los griegos para encontrar ese relato que buscaban y que les daba el sustento para conquistar culturalmente, y que de esta manera los conquistados sientan que son parte del imperio, y que ni siquiera digan ni “pio”, y den gracias por ello. Así surge el afán por la cultura y el libro. Pero también conocemos que la esclavitud es mostrado como un elemento clave para entender el gusto de patricios y ciudadanos de alto nivel, por la lectura de libros en voz alta, por ejemplo, en aquella época y por aquellos lares. Los ciudadanos romanos no querían ser menos que los griegos cultos y refinados, por lo cual vuelcan sus ansias de sabiduría en la recolección de libros y copian obras, por medio de las manos de sus esclavos. La escritora nos va explicando y mostrando la importancia vital de aquellos seres humanos, confinados a la esclavitud en el imperio romano; a trabajos que eran considerados de baja estofa, pero necesarios o vitales para el desarrollo del imperio en términos del saber como sinónimo de poder. Así, los que se dedicaban a labores de educación, medicina y otras similares o inferiores, lo hacían siempre bajo el mandato de la esclavitud. Los “profesores”, por dar el caso, al impartir sus lecciones, lo hacían con severidad y rigor, llegando a niveles de extrema violencia que dejaban huellas en sus alumnos toda la vida. Quizás era la imitación de lo que ellos recibieron cuando fueron hechos esclavos, lo que aplicaron como método pedagógico. Algunos estarían bien contentos si volviesen “ciertos tiempos” hoy en día en el ámbito educativo, respecto de estos métodos. El libro también aborda el rol del lector en todo este cuento. Nos otorga Vallejo, a nosotros los lectores, con la claridad de una argumentación sutil y eficaz, que somos, a pesar de ser pocos, a lo largo de la historia, los guardianes de algo grande, pero desvalorado actualmente, creo. Siempre, el lector, ha tenido limitantes para sumergirse en las palpitantes letras escritas de un libro: ya sea la inquisidora visión de una iglesia omnipotente y castigadora; o el elevado IVA al libro de nuestros tiempos. En ocasiones, en ciertas sociedades antiguas como la de los romanos, un signo de distinción y de privilegio era saber leer. Hoy ya no es así. La filóloga nos comparte su visión respecto de aspectos casi desconocidos del lado B de la lectura y la escritura, en este necesario ensayo. Datos interesantes, reflexiones destacadas y profundas observaciones de este libro, se entrelazan con aspectos de nuestra vida lectora y libresca de nuestros tiempos. Esto nos provoca, como lectores modernos sobre estimulados, una comprensión más didáctica de las ideas e informaciones expresadas en esta obra. El libro de Vallejo, es en síntesis, una exquisita amalgama de datos, experiencias personales, biografías de personajes ilustres vinculados a los libros, conquistadores, dictadores modernos, libreros perseguidos, militares quemando ideas y ocurrencias propias de la autora respecto del tema central: el libro como elemento transformador de la vida humana y de la civilización. Todo se teje tan bien en este volumen, que cada elemento se encuentra en un equilibrio exquisito; todo en él está puesto en directa proporción de sus partes y componentes.

Fundamental es la reflexión que hace la autora al manifestar que “los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas”. Esto me pareció muy importante, porque la lectura es una actividad que nos puede sacar del hoyo más profundo en que nos encontremos, sobre todo en términos psicológicos. Manifestar que la palabra escrita ha sido perseguida en todas las épocas, es establecer una verdad del porte del mismísimo faro de Alejandría, e incluso más grande. Muchos tiranos y dictadores han querido ir en contra de la palabra escrita, quemando y destruyendo ideas, experiencias y teorías escritas. De ahí que la española, menciona obras icónicas que detallan esta nefasta actividad; como lo es “fahrenheit 451” de Bradbury o “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, por sólo mencionar un par de ejemplos. Uno de los aspectos de la lectura, como actividad intrínseca asociada a la palabra escrita y al pensamiento, que se destaca en el libro, dice relación con el paso del papiro al códice. Otro punto interesante de la obra de Vallejo. La filóloga, explica muy bien este aspecto, haciendo focos comparativos entre el libro moderno y las tablets, por ejemplo; pero siempre haciendo guiños al pasado, como cuando menciona a Marcial, aquel poeta romano del siglo I, que con sus epigramas jocosos, ensalzaba el uso del códice por sobre el rollo entre otras temáticas que tocaba en su poesía. Esto nos lleva al hecho de que la tecnología siempre se va superando a sí misma, constantemente. Esto sucedió más o menos así: el papiro sepultó a la tradición oral, el códice dejó atrás al papiro, la imprenta de Gutemberg masificó el conocimiento, y por ende, la cantidad de libros en manos de seres comunes y corrientes; y por último, internet rompió todas las barreras. Sin embargo, nos alerta la española, que aun así, la censura de los regentes romanos a obras que incomodan al poder, puede seguir viva hoy bajo otros rótulos y caretas. Hay que tener cuidado hoy en este sentido y quizás en todos los sentidos. No es posible que a estas alturas de la historia humana, existan libros y autores proscritos, como los hubo en el pasado. De que los hay, creo que los hay. De esto también nos alerta el infinito en un junco. 

Los libros son objetos mágicos, que de alguna forma transmutan vidas, formas de pensar, la moral e incluso la sensibilidad de los seres humanos. Si les damos la oportunidad, podemos encontrar en ellos, aquello que nos falta, eso que buscamos y que no encontramos en las pantallas; eso que está hecho de palabras y que nos ayudan, incluso, a encontrar el sentido de lo que vivimos. Porque las palabras son poderosas hay que ponerles atención. No en vano el Verbo es la mismísima divinidad en la Biblia. Desde las religiones hasta los científicos más concienzudos, metodológicamente hablando, de nuestros tiempos, se cobijan en el libro como el auténtico resguardo ante el olvido y la ignorancia. La memoria es frágil y por eso se necesita del libro como aquello que apuntala y refuerza nuestra quebradiza capacidad para recordar. Lo más bello de todo es volver una y otra vez sobre aquello que se nos escapa, ya sea por culpa del tiempo y su inexorable poder, o porque sencillamente se nos olvidó el dato que nos hace ganar cuando jugamos bachillerato. Es por esto que el libro es, como aquella ave que nos permite volar; es nuestro más fiel amigo, dado que no sólo nos acompaña en la evasión y la catarsis, sino que también da cabida a nuestras expresiones más íntimas y ayuda a expandir el límite de nuestro pensamiento. Así que, amigo mío, ya sabe: si quieres expandir tu mundo, aventúrate a abrir un libro. Sólo tienes que deslizar tu mirada sobre las letras y dejar que ellas bailen en tu mente y cultiven la fértil tierra de las ideas en ti. 

        








viernes, 7 de marzo de 2025

John Updike y su versión de Roger

       "La versión de Roger", libro de John Updike, escritor norteamericano. Es una novela que explora ciertas profundidades en las siempre tormentosas relaciones humanas. La novela cuenta la historia de un estudiante de computación, de una universidad ficticia norteamericana, que visita al profesor de Teología, Roger Lambert, con la credencial que conoce a su sobrina. El estudiante, que al parecer está recién graduado, busca la ayuda de este docente para conseguir que la universidad le otorgue una subvención para llevar a cabo la comprobación de la existencia de Dios, a través de medios computacionales. Éste es el argumento de esta novela, a grosso modo. Dentro de este marco argumental iremos conociendo la dimensión humana de cada uno de los personajes, que intervienen a lo largo del relato. 

Dale Kohler, es un joven especializado en informática, que se acerca al cincuentón de Roger Lambert, que a su vez, se muestra como un personaje desencantado con su vida conyugal y familiar. Ambos personajes se mostrarán como el reverso del otro. Si Dale es un erudito en temas científicos, computacionales y matemáticos; Roger hace lo propio en el ámbito de las humanidades, que maneja a la perfección citando a pensadores como Kierkegaard, Karl Brth, Jane Miller, y obviamente, la Biblia. Ambos personajes son la antítesis del otro, como decía, pero eso no los imposibilita para que tengan diálogos interesantísimos acerca de la existencia de Dios. Lo que sucede es que no llegan a ninguna parte en sus cavilaciones, porque se mostrará que estos dos personajes se enfrascan en una pugna silenciosa, para demostrar quién es el superior de los dos. Por lo menos, eso es lo que deja como impresión la relación de ambos personajes. Roger, que en sus inicios tomó el camino sacerdotal (presumiblemente cristiano protestante) se apartó de esta senda, dedicándose a la enseñanza de la Teología, en la misma universidad de Dale. Las razones de esta decisión no se presentan de manera explícita, sino que uno las deduce, dado que el docente de Teología, lleva en su ser cierta lujuria sexual reprimida, que sentía por su medio hermana desde la época de su adolescencia, lo que aflorará en él en alguna parte de la historia. 

          La novela se inicia con la visita del joven a la oficina de Roger para explicar su idea de probar la existencia del dios cristino, por medios científicos y tecnológicos, en este caso: la computación. Lambert, siempre se mostrará reacio ante la factibilidad del experimento de Dale, pero aun así, accede a ayudarlo para conseguir la subvención. Es que acá uno puede apreciar las ironías del autor ante el desarrollo de temas trascendentes, el entorno universitario (como si fuese ésta una novela de “campo”, que describe el ambiente y la vida de profesores, pero es un poco más que eso), teorías científicas y las relaciones humanas. A Lambert no le agrada la postura de Dale, respecto de comprobar la existencia de Dios. Para el académico, “poner una trampa a Dios para que salga de su escondite”, es jugar feo y desconocer el poder de la fe. Ambos personajes no se simpatizan, y eso queda claro en la novela. Roger nos cuenta esta historia desde su perspectiva, pero en cierta parte del relato, Lambert se muestra con dotes de omnisciencia, que a mi gusto, no es más que otra manera de ironizar que tiene el autor. Es aquí cuando nos enteramos de la infidelidad de Esther, esposa del docente, con Dale Kohler. Pero el asunto no queda cerrado en esta falta de fidelidad, Lambert también entrará en esa dinámica, con alguien que el lector tendrá que descubrir.   

         El libro dará a conocer cómo, la vida de personajes con cierta posición social, como lo es la de Roger, Esther, Richie, el hijo de ambos (realmente este personaje es casi terciario en su incidencia en la trama, aunque le servirá de cuña para su madre), tomará giros radicales. Paralelo a la descripción que hace Updike del ambiente social elevado de los profesores universitarios, se contraponen las condiciones de vida de Verna, la sobrina de Lambert (quien tomará relevancia en la historia), y de Dale Kohler, el modesto estudiante universitario. En este sentido, la fotografía que entrega el autor de los mundos sociales vulnerables de Verna y Dale, son de un cuidado especial y laborioso por parte del literato. Se agradece mucho, porque hasta las ropas son descritas con una precisión quirúrgica. Esto le permitirá al lector entender bien la distinción de mundos entre los cuatro personajes esenciales de este relato. Eso sí, son bastantes extensas estas descripciones, así que a leer y disfrutar de la lectura. La novela se hace también interesante, porque indaga en temas como el Big Bang; la Física Cuántica, el conflicto que hay entre ciencia y fe, la percepción y la naturaleza de la realidad, la tecnología y su impacto en la sociedad, etc. Se habla mucho de la informática y su lenguaje, incluso se le hace el guiño a la Inteligencia Artificial, siendo una suerte de visionario, John Updike; pensando que la novela fue publicada en 1986, época de Reagan en Estados Unidos, y en la cual estos temas estaban recién en pañales. Dato curioso: el autor ficciona, tanto la ciudad norteamérica en la cual se dan los hechos, como la universidad en donde trabaja Lambert y estudia Dale. Todo este desfile de saberes hace interesante esta obra y le da la sazón necesaria para que ésta sea verosímil al lector.

         


A mi parecer, lo más destacable y con lo que me quedo a final de cuentas, es la dimensión moral (en su calidad de dilema para Roger) que plantea este libro, y la reflexión en torno a lo complejo de las relaciones humanas. Sin duda los recuerdos y trancas sexuales de Lambert, la fe que comienza a perder Dale, lo ineficaz de su proyecto y su ilusión de un amor, que era imposible, terminan por derrotar al joven informático y muestran el abanico de problemáticas que deben sortear los personajes. Esto sería lo más interesante para este lector impune, quizás. En este sentido, la obra plantea preguntas interesantes para aquellos lectores que bucean un poco más mientras leen. Si Dios existe o no, y si Dale lo puede comprobar, son cosas que tal vez las explique el mismo Roger Lambert: “..., mirando hacia arriba, vi que el hecho que sigamos amando y honrando a Dios, por muchos golpes que nos dé, es tan glorioso como el silencio que Él mantiene para que podamos explorar y gozar de nuestra libertad humana. Ésta era mi prueba de Su existencia; veía hasta el techo implacable, …” No queda duda que de alguna forma, “La versión de Roger” invita a cuestionar los esquemas sociales y familiares, como también las creencias o a reafirmarlas desde una perspectiva humana y simple. Es, también esta obra, una puerta abierta por la cual nos podemos adentrar en ciertas profundidades del ser humano, que pueden reflejar más sombras que luces, más pasiones que templanza, más dudas que certezas. 



      

 


    




lunes, 17 de febrero de 2025

Comentario: El pez apocalíptico

 Hay muchos que se preguntarán ¿qué significa su presencia por las claras aguas de la superficie? Esta pregunta surge respecto de la aparición de un pez abisal llamado “Diablo Negro” o rape abisal, que fue visto cerca de la superficie próximo a las costas de Tenerife, en España. Se supone que este tipo de criaturas viven inmersas en las profundidades, y no es para nada común verlas aparecer por las zonas claras de la superficie. Este hecho ha generado en el internet y, obviamente, en las redes sociales, una serie de interpretaciones de tipo apocalíptico, que rayan quizás en lo ridículo. Se afirma en algunos Reels que la presencia de este visitante de la profundidades puede ser el aviso de calamidades venideras. Bajo esta lógica se han visto videos en los cuales, los creadores de contenido, manifiestan asociaciones entre un terremoto de 7,6 grados Richter, ocurrido en el mar caribe a unos 209 kilómetros de las costas de las islas Caimán (lo cual obviamente generó alertas de tsunami en varias zonas), y la aparición de este pez. 

¿Es posible que un hecho así, que puede tener diversas explicaciones racionales, se haya desvirtuado en su explicación por creencias religiosas de tipo cristianas, que auguran un fin de mundo inminente, vinculado con señales de este tipo? Parece que la respuesta es clara y no admite dudas: vivimos en una época en la cual la ley es la credulidad. Ese candor de entendimiento, de razonamiento ajado por una desidia galopante, a consecuencia de un desarrollo tecnológico que embruteció a toda una sociedad, en sólo un cuarto de siglo, haya hecho del ser humano una masa crédula y simplona, sin capacidad crítica alguna. Impresionante es, en este sentido, que la población haya perdido estas habilidades cognitivas rudimentarias para tratar de comprender e interpretar la realidad. 

¿Es posible atribuirle a los fenómenos naturales explicaciones religiosas o místicas? Para mí es difícil contestar a esta pregunta, ya que no soy el indicado, pero dejo la interrogante en el aire para quien se anime con ella. Para mí no es válido hacer este tipo de asociaciones, porque en el fondo, el asunto tiene múltiples causas racionales de las cuales sólo somos capaces de hallar unas pocas respuestas, y quedarnos con eso. ¿Qué le hace pensar a los agoreros del fin del mundo, que, efectivamente, este tipo de espectáculo que dió el pez Diablo negro (el que cabe en la palma de una mano), sea la señal esperada para decir que estamos en presencia del final de los tiempos? Así como este fenómeno del pez abisal, también se ha dado hace muy poco, que ciertos ríos en Argentina y Perú, sus aguas se han teñido de un rojo color sangre. 

Si todos estos fenómenos son reales desde la perspectiva bíblica, estamos sonados. Ahora bien, si son naturales, muy naturales, y tienen explicación lógica, estamos en presencia de la cuota de cordura que este cuarto de siglo del XXI necesita. Es que la paranoia ha ido creciendo exponencialmente con publicaciones de videos mostrando imágenes de las profecías de Nostradamus, que supuestamente se han ido cumpliendo al dedillo, según afirman los apocalípticos. 

Desde que supe esta noticia y ví las sobrerreacción y exageración que generó en las redes sociales, sentí que debía alzar mi voz y criticar esa postura crédula que abunda por estos días en las especulaciones de los pesimistas apocalípticos. Por otro lado, hay que revisar cómo la “opinión pública de internet” toma la noticia que habla respecto del asteroide “2024 YR4”. Actualmente la comunidad científica estima una probabilidad de impacto de no más del 2,3%. Hasta ahora es poco probable que el asteroide impacte efectivamente contra nuestro planeta. Por eso es recomendable mantener la calma y no sobrerreaccionar. Una noticia de esta magnitud, que tenga un asidero real, puede hacer colapsar todo; especialmente a los mercados, que son señoras histéricas. Para mí es muy curioso esto que está sucediendo, pero no descarto que tenga una explicación lógica. Si hay una salida mística, espiritual o religiosa, habría que ponerse a rezar. Sobre todo porque ahora se “sabe” que el animal marino llamado Leviatán ha despertado. Supuestamente esta criatura se encuentra frente a las costas de Chile. En fin, es increíble cómo este tema puede llegar a límites especulativos e interpretativos asombrosos. Lo único que nos queda por decir es que lo más bello y poético de todo fue esa ascensión del Diablo negro a la superficie para mostrar una realidad oculta a nuestro entendimiento práctico y materialista. Quizás su mensaje va más por algo simbólico, que cada uno de nosotros debe hallar, o sencillamente es un animal más que ha dejado de lado esta existencia, cumpliendo un ciclo que se ha perpetuado hasta el día de hoy. Lo cierto es que no podemos dejar de ficcionar los hechos de la realidad, y buscamos explicaciones que nos satisfagan esa necesidad. Éste es el mensaje que nos vino a dejar este extraño visitante de las profundidades: les muestro lo que ustedes quieran ver en sus propias profundidades. 


sábado, 8 de febrero de 2025

El barquito

De pronto estaba tranquilamente dando vueltas por el departamento y se me ocurrió entrar a la pieza más chica, aquella que quedó para guardar las cosas del pelado después de su partida. Allí habían muchos objetos amontonados que eran de él. Bueno, el tema es que entré a ese dormitorio y allí habían o hay todavía, muchas cosas que le pertenecían. Era un amante de las cosas del mar y de su folclórica representación mercantil que el comercio o los chinos hacen del océano. Le gustaba coleccionar pequeñas figuras relacionadas a los marineros, pescadores, sirenas, anclas y timones. Tenía también pequeños barquitos y todas esas cosas, que quizás le hacían evocar una pasión oculta y no concretada por los azares de la vida. Esas cosas estaban ahí, en ese lugar y acumulaban polvo, abandono y tiempo. El paso de los meses, carcomía todo aquello y eso me compadeció de alguna forma. Entonces, entré al dormitorio y vi un barquito muy pequeñito que era como una miniatura de un velero o chalupa; de esos que están siempre ahí en los escritorios, adornando las ideas de literatos románticos o de poetas anónimos. Tomé el barquito que era muy pequeñito, con muchos detalles muy realistas, y lo trasladé a mi dormitorio, y lo puse arriba de un libro, el cual está en una repisa en la pared. Lo ubiqué arriba del libro de Bolaño, aquel póstumo legado literario, 2666. Y bueno, lo dejé ahí con la intención de tratar de llevárselo alguna vez a mi hija. Pasaron los días y las semanas y el barquito seguía allí. Un día volví por esos lados y me fui a mi dormitorio. Para matar un poco el tiempo, me puse a leer un libro de Cortázar donde los personajes se ganan un premio y hacían un viaje en barco. Me fumé unos cigarrillos y de momento había terminado de leer el capítulo de la novela y decido hacer la cama, dejarla ordenadita; bien estirada como si fuese el catre de marineros en alta mar, bien hecha, porque después tendría que ir a otro lado, y no soy de los que dejan su dormitorio patas arriba. Entonces, en ese preciso momento, levanto la mirada y veo que el barquito estaba puesto arriba del libro de Bolaño, puesto en otra posición, pero no de forma horizontal como yo lo había colocado inicialmente, sino que dispuesto en vertical; apuntando la proa hacia la pared. Se encontraba totalmente en otra posición, eso me desconcertó un tanto. Eso me pareció extrañísimo. No sé qué pudo haber sucedido, ya que no lo moví; lo dejé de manera horizontal y de un momento a otro, mientras leía (es lo más seguro, ya que cualquier tipo de manifestación paranormal busca los descuidos, los momentos de abstracciones de las personas para operar, me imagino) cambia de posición, solo. ¿Solo? ¿Cómo era posible esto?


Quizás hubo una telequinesis involuntaria de mi parte, una suerte de autosugestión que predetermina la idea de que el barquito lo había movido yo, inconscientemente o que lo había puesto en horizontal, y que, como buscando una excusa para encontrar esa suerte de comunicación de inframundo con aquel que perdí hace poco, no lograba concretar. Quizás yo soy el que está equivocado. De una u otra forma, este duelo no cerrado existía en mí, y generaba esta sugestión, tal vez eso era.  

El barquito quedó alineado con el libro de Bolaño, como si el autor de La pista de hielo fuese una brújula o un astrolabio que guía su rumbo, allí puesto en el estante, para que navegue por las aguas de mi biblioteca. Mostrando su lomo a los lectores con un desparpajo insolente, quedó el barquito. Estaba así como si estuviese indicando el derrotero de una literatura que marcaba la senda de la derrota; de la vida que se quiebra ante la muerte, de ese recuerdo amargo cuando las cuentas no las cierras adecuadamente con las personas o necesitas más tiempo con los tuyos, para aprender a quererlos, antes que la Noche llegue y cierre los ojos para siempre. Pero cuando esos seres queridos parten prematuramente ya es tarde y todo se pierde irremediablemente y sólo quedan los recuerdos, sean buenos o malos, que de una u otra manera están condenados al olvido. Todas estas cosas, ideas vagas, se habían quedado fijadas en mi mente en el instante aquel, gracias a este hecho insólito, inexplicable y poco verosímil. Estuve mirando el barquito en aquella posición un tiempo más, sin animarme a pararme de la cama y volver a colocarlo como lo había puesto. Seguí leyendo un rato más hasta que sin darme cuenta me quedé dormido un tiempo indeterminado. 

La brisa era agradable y estaba despertando de una siesta que necesitaba. Sentía que el aire estaba cargado de una salinidad un tanto dulce, agradable melodía de sabores era esa brisa. Abría los ojos, más bien entornados, pero no los abría y, sin embargo, algo podía ver en esa penumbra nocturna: el cielo estrellado. Sentía el bramido del mar, peces que saltaban por sobre la superficie del agua. Algunos llegaban donde estaba recostado y me pegaban en el cuerpo. No tenía muchas fuerzas, no sabía muy bien el porqué, pero estaba consciente. Los peces dejaron de saltar; ya me había dado cuenta que estaba en un barco. Sabía que realmente estaba allí, que tenía que hacerme cargo de dirigirlo, porque estaba solo en él. El barco era pequeño y sólo tenía tres secciones; estancos y compartimientos básicos. Me incorporé para tomar el timón. No sabía hacia dónde tenía que dirigirme. En el cielo no reconocía las constelaciones ni los cuerpos celestes más comunes. Habían cambiado todo el orden del firmamento, siendo éste más brillante y resplandeciente. La Osa Mayor y Menor no estaban. El Cinturón de Orión no era tal: ahora eran cuatro y no tres las estrellas que lo componían. Desconcertado ante el hecho me di a la tarea de observar con detalle el cielo nocturno en medio de este mar interminable. Estuve un tiempo considerable en esto, hasta que en el horizonte comencé a ver una luz tenue y débil. A cada momento que pasaba, la luz se hacía más clara y nítida. De momento ví un barco idéntico al mío. La luna llena era esplendorosa, mucho más grande de cómo la recordaba. Debes seguir las estrellas que están agrupadas en forma de serpiente. En el extremo del cielo encontrarás la cabeza, dijo alguien con una voz que la encontré extrañamente familiar, pero no pude precisar. Seguí el camino indicado por la presencia, que a pesar de lo iluminada que estaba la noche, no pude ver su rostro, que lo cubrían las sombras y su capucha de monje medieval. Tuve un pequeño atisbo de temor ante su presencia aunque, luego, eso lo dejé atrás.

Llegué a una playa inmensa, en la que se perdía la vista. No se alcanzaba a ver su inicio y su final y eso me inquietó. Bajé del barco y caminé por la orilla. El interior de la isla estaba tupida por una vegetación impenetrable, era realmente una selva oscura. De ella provenían toda clase de sonidos: gruñidos y trinos hermosos. Estuve mucho tiempo caminando por la rompiente de la ola y escuchando los sonidos que venían de la floresta. Me dí cuenta que la noche no se iba, es decir, el tiempo no pasaba y seguía siendo de noche. Las estrellas y constelaciones seguían fijas en su lugar. Sentí que me fatigaba, así que me senté en la arena a contemplar el espectáculo nocturno y sus dinámicas. Un sopor inesperado me invadió, y una voz, sonó fuerte, más allá de la sierra selvática que estaba a mi espalda. La voz me invitaba a dormir, a soñar con cosas maravillosas, a disfrutar de los laberintos de mi ser, de mi mente que estaba ya en una zona de quietud y tranquilidad. No necesitaba la vigilia, porque en mi sueño yo ya estaba despierto y nunca necesitaba dormir. Alguien golpeó una puerta y yo me paré de donde estaba sentado. Era la Voz. Abrí la puerta, que estaba en medio de la playa como el marco de una fotografía que está colgada en medio de la pared y nada más hay en ella. ¿Por qué estás así; tan desanimado, sin ganas de trabajar o de hacer alguna cosa productiva, simplemente estás sumido en ese vicio? Es que usted no quiere reaccionar, eso es lo que le pasa. Me da la impresión en todo caso, que usted puede salir adelante, contar conmigo puede. Quiero poder ayudarlo a resolver este problema, dijo la Voz en un tono muy compasivo. Quise saber quién me habló, pero no pude contemplar su rostro, al igual que el hombre del barco que se me cruzó. No pude verlo porque no había nadie. Lo único que había detrás de la puerta, una vez que la abrí, era la selva oscura. Sin embargo, escuché lo que me dijo. Eso fue real, tan auténtico como la muerte de un ser querido. Me puse a caminar y llevaba un buen rato en eso, cuando sentí que alguien me daba la mano. De momento la vi: era una niña de unos siete años, de pelo castaño claro —¿ o acaso lo imaginé esa noche?—, con una tez blanca y unos ojos grandes como la noche y la playa. Sus manos eran finas como la nieve. Me mostró su peluche: un conejito de un pelaje especial, color crema. Tenía un collar de lana roja y orejas grandes de conejo. Se llama “copito”, me dijo en un tono dulce y amoroso. ¡Qué voz más bella tenía! Con ese registro vocal seguro ella podría ser parte de los niños de Viena. Luego me mostró un barquito muy pequeño, que podría caber en una botellita. La miniatura del barco era espectacular. No era algo que estaba hecho con lujo de detalle, pero transmitía una nostalgia por el mar y todo lo que venga de él. Realmente me conmovía. Le pregunté quién le había dado los juguetes; ella me respondió luego de unos minutos pero no con palabras, sino que con su mirada. Sus ojos reflejaban la grandiosidad del Für Elise, y su paz, y su belleza más escondida me emocionaba en ese instante. En cada acorde de esa melodía inolvidable, que salía de su mirada, yo encontraba una emoción y una paz única. Su mirada me transmitía una dulzura, que degustaba mi ser, y que me transmitía la certeza de lo que yo le preguntaba. 

Recuerdo que seguimos caminando hasta que me detuve a descansar y nuevamente me senté en la arena. Escuché el mar y las olas, vi las estrellas y la noche y ella me acompañaba. Lloro porque no puedo dejar de pensar, siquiera un instante, que todo es muy breve, y que el problema es elegir, le dije. Seguía hablándole de manera compulsiva sin un dejo de consideración por ella, ya que la saturaba de cosas. No le daba el tiempo para procesar lo que le decía. Me abrazó entre sus delgados brazos y yo me arropé a ella y entré en un profundo sopor y por fin dormí. Dormí profundamente como nunca lo había hecho y sentí que estaba en casa, con mi madre, con el pelado y mis hermanos. Puede que lo haya soñado, pero lo cierto es que desperté luego de un rato, muy sudado, a mitad de la noche en mi departamento; esa vieja fortaleza, que ha estado erguida y cobijando a mi familia desde la época de los setenta. Encendí la luz de mi velador y a un costado de la lámpara estaba el banquito, lejos del libro de Bolaño y de aquella niña de mi sueño.

miércoles, 29 de enero de 2025

Los dolores de Dolores

El primer libro que leo de Stephen King, "Dolores Claiborne", ha resultado ser un verdadero hallazgo. Me alegra partir mis lecturas de este autor con este libro, porque lo he sentido muy humano, es decir, aborda temas y asuntos que escapan un tanto de lo extraño o sobrenatural a secas, y se adentra más en las complejidades del alma humana, cuando ésta es puesta al límite. 


Sé que King es un autor reconocible por ser un maestro que maneja muy bien el horror y el suspenso en sus relatos, pero acá, reitero, estamos ante otra cosa. El abuso sexual, la violencia doméstica, la lucha por la sobrevivencia manteniendo un trabajo extenuante y de alta exigencia, son algunos de sus elementos. Como también lo es la venganza. 

Dolores es sospechosa de la muerte de su patrona, Vera Donovan, una mujer anciana, viuda y acaudalada. Ella trabaja para la millonaria mujer hace décadas, desempeñando labores de ama de llaves, y en la última etapa en la vida de la anciana, hará las veces de dama de compañía. Vera es un personaje complejo desde el punto de vista de la convivencia cotidiana. Dolores irá conociendo los gustos de su patrona, sus manías, sus miedos (como el que le tiene a las pelusas, lo cual tendrá un papel importante en la vida de la millonaria anciana), sus reacciones ante a aquellas cosas que no le agradaban y que perturban sus rutinas y tranquilidad, e, incluso, sus berrinches más ridículos e ilógicos, cómo cuando la anciana ensucia de excremento toda su cama y su habitación, por el sólo hecho de joder la existencia a Dolores. Evidentemente la demencia como enfermedad la aquejaba, pero esto nunca se muestra como tal en la obra, aunque se puede inferir. La señora Donovan también será una pieza clave en la vida de Dolores Claiborne, ya que ella le abrirá el camino a su ama de llaves, para “solucionar” el problema capital en la vida de Dolores: Joe St. George, su marido. Lo que se puede adelantar de este personaje se asocia a una serie de cualidades negativas y conductas morales condenables, bajo cualquier punto de vista. 

En la novela hay momentos en que el relato, que es un gran monólogo interior, nos permite percatarnos de la dimensión dual del personaje de Dolores. Es decir, es una persona frágil pero a la vez completamente dura, resistente y en parte gracias a Vera. Su patrona le demuestra cómo, a veces, en la vida de una mujer, ésta tiene que ser una cabrona. “Ser una cabrona es lo único que le queda a una mujer”, decía Vera, con esa cara de no importarle nada ni nadie. Estas palabras se las dice Vera a Dolores en un contexto de resistencia, de intimidad y desahogo, ya que su patrona conoce todo lo que le está pasando a la señora St. George con su marido e hijos. Una vez que Dolores comienza a hablar en la comisaría para aclarar la muerte de su patrona, da a conocer el crimen que ella cometió para librarse de su marido en el pasado. Era lo que su consciencia necesitaba hacer para estar en paz: contarlo todo, aprovechando la declaración por la muerte de Vera Donovan. 

Para llevar a cabo su crimen, Dolores utiliza como escenario el ficticio eclipse del 20 de julio de 1963, que recorrió la isla de Little Tall, en el estado de Maine, Estados Unidos por aquellos días. El viejo pozo de la casa de los St. George será la lápida para Joe, quien estuvo a punto de salir con vida de la celada de su esposa. Guiado hasta su lecho de muerte por la codicia y la ira, el hombre caerá en la trampa que le ha tendido la madre de sus hijos.

El amor como leitmotiv del crimen es extraño o quizás paradójico, porque fue el amor maternal lo que le dió el impulso a Dolores, por sobre el amor (o su frente lisa) que alguna vez le sintió a Joe, para darle el golpe final a su marido. A fin de cuentas fue el amor la sustancia que le dió el valor a la desventurada mujer para llevar las cosas hasta el final. No importa cuál de todos los tipos que existen haya sido lo que movió a Dolores, pero fue el amor sin duda a final de cuentas. También fue un tipo de instinto de supervivencia que se activó en la mujer. La idea de proteger a sus hijos y, especialmente a la hija adolescente abusada por su padre. Tampoco la abnegada madre quería que sus hijos heredarán las costumbres, forma de ver el mundo y cultura de su marido; ese fue otro elemento que le otorgó la valentía necesaria y, además, esa forma de ser cabrona, coronó todo para no dudar ni un segundo, que eso era lo que tenía que hacer y que no había otra salida al asunto. Las escenas y situaciones que presenta esta obra son de un realismo psicológico que profundiza en las motivaciones, sentimientos y pensamientos de los personajes, como también son crudas y conmovedoras. El estilo es evocativo-monólogo y, en términos de estructura narrativa, la temporalidad es como un zig zag que va desde el pasado hasta el presente, mientras la ya vieja Dolores Claiborne va vomitando toda su historia al detective que la escucha atentamente. 

Es extraño cómo a veces la vida juega sus dados con las personas. La expresión “nadie sabe para quien trabaja” se ajusta perfectamente a lo que le sucedió a Dolores al final de la novela. La fortuna como una diosa que toca la vida de la ama de llaves sin que ella se lo haya propuesto, es algo que no se puede pasar por alto. La desgraciada muerte de Vera fue, en el fondo, lo que le permitiría a su dama de compañía, cambiar su vida para siempre. La vida es un azar caprichoso y eso queda demostrado de manera categórica, a nuestro juicio. Sin embargo, eso es relativo y la interpretación que haga cada lector de este libro al final es lo que cuenta. Sin duda esta fue una lectura muy interesante desde el punto de vista de la técnica narrativa y de la inspiración para escribir la obra, que fue de un caso de la vida real, para armar una historia que engancha al lector desde sus primeras páginas. Como dije al principio de esta reseña, la lectura de este libro fue un hallazgo que me dejó bastante conforme y con ganas de seguir indagando en la literatura del norteamericano.  


jueves, 16 de enero de 2025

La fortuna de un náufrago

Ocultar la verdad, pasar por alto las leyes o normas y sobrevivir ante las inclemencias del mar caribe, son los ingredientes esenciales del libro “Relato de un náufrago” de Gabriel García Márquez. Vamos por parte: primero, esta historia es verídica. Es la historia de un náufrago jovencísimo, marino raso del destructor Caldas, de la marina de guerra de Colombia. Él cae de cubierta, junto con otros compañeros marineros y mucha mercancía que se transportaba irregularmente, tras movimientos violentos generados por la previa de una tormenta en ese momento. La tragedia ocurrió a un día de navegación frente a las costas de Cartagena de Indias, Colombia, el 28 de febrero de 1955. Luis Alejandro Velasco, el náufrago, tuvo que resistir por diez días el hambre, la sed, los tiburones y un sol inclemente que lo abrazaba ferozmente durante todo el tiempo de la sobrevivencia. 

El relato marca el debut literario del joven periodista, por ese entonces, Gabriel García Márquez, quien trabajaba para el periódico “El Espectador”. El joven marinero se acerca al futuro Nobel de Literatura con la intención de vender su historia, la cual es novelada por el escritor, entregada al público lector, escrita en primera persona. La obra fue un éxito. Pero la notoriedad alcanzada por el relato en su momento, no estuvo exenta de polémica: por una parte las autoridades marítimas, que se regían bajo el gobierno de facto de Gustavo Rojas Pinilla, negaron el hecho en su momento y desconocieron todo el apoyo que le habían prestado al desventurado marinero. Por otra parte, entre el escritor colombiano y Luis Velasco hubo entreveros judiciales por los derechos de autor de la obra, al inicio de la década de los ochenta. 


La historia es sencilla para el lector, pero a la vez, es extremadamente compleja para Luis Velasco quien no sabe cómo sobrevivir en el inicio de su peripecia, y, por cierto, no encontrará nada que lo mantenga vivo, sino su determinación de no dejarse morir, aunque si hay un par de hechos que le ayudarán a sobrevivir. En el comienzo del relato se establece cómo son los compañeros de Luis y lo que hacían en tierra: ir a ver películas al cine con las novias de turno e ir a bares para pasar el tiempo, ya que el acorazado estaba en faenas de reparación en el país norteamericano, por un lapsus de unos ocho meses. Cuando los marinos del destructor Caldas debían zarpar rumbo a Cartagena de Indias, muchos de ellos habían perdido su capacidad de aguantar los mareos de la embarcación. Aquello debían prácticamente aprender nuevamente, porque el tiempo pasa y lo que no se practica queda relegado al baúl del olvido, como todo en la vida humana. 

El relato avanza rápidamente al momento de la tragedia, y ya en el capítulo tercero, se nos muestra cómo cada uno de los compañeros de Luis, que han caído al mar, van sucumbiendo ante las inclemencias de un océano embravecido. Inevitablemente, Luis, queda solo pero se libra de la muerte en una rudimentaria balsa que logra alcanzar azarosamente. La consciencia de la muerte de sus compañeros y la soledad hacen sentir al náufrago un miedo indescriptible: “Mi primera impresión, al darme cuenta de que estaba su­mergido en la oscuridad, de que ya no podía ver la palma de mi mano, fue la de que no podría dominar el terror.” No obstante al miedo, Luis, logra superar el miedo y sigue adelante a pesar de todo.


La resiliencia y la perseverancia para mantenerse con vida, (mención especial para su juventud) son dos elementos claves para entender la mente de este superviviente, ya que sin estas actitudes, el joven náufrago hubiera sucumbiendo rápidamente ante la presión y las inclemencias de la naturaleza. ¿Cuáles son los recursos que puede darle la naturaleza a un hombre en esa situación? Muy pocos, sin embargo, a veces la vida sorprende y puede entregar pequeños aportes que si logramos dejar de lado los escrúpulos, éstos nos pueden salvar la vida y mantenernos a flote, literalmente. Las gaviotas, los peces e incluso el agua de mar, otorgan esa cuota de esperanza para una persona que se encuentra al límite. También es importante, en el ser humano, la capacidad de observación del medio en que uno se encuentra. Esta capacidad ayuda a que las personas no se dejen abandonar a su suerte, y en cierta forma, nos colabora en el momento de mayor dificultad, cuando la fortuna te da un empujón. Revise el lector el capítulo que versa acerca del cambio en el color de las aguas, mientras él seguía a la deriva en el océano, en el mar del caribe. Esto fue fundamental para el joven marino, porque le dió la certeza de que tenía esperanzas, posibilidades de seguir con vida, debido a la proximidad de la costa y todo lo que esto implica en términos de sedimentos que llegan de la tierra al mar y que hacen cambiar la tonalidad de las aguas. La observación como base en el progreso humano y también en situaciones de sobrevivencia. Establecer relaciones, patrones y detalles con atención es, en el fondo, percibir y analizar. Esto es la base del progreso; es en esencia, para Luis la delgada linea entre la vida y la muerte.

Nuestra intención es reseñar este libro, sin la pretensión de hacer un resumen excelso del mismo. La idea es dar a conocer lo fundamental para que los lectores descubran en sus propias lecturas, aquello que les haga sentido del texto, y en este sentido, logren valorar el mensaje que cada obra esconde. Por lo tanto, para concluir, es necesario tener presente que en cada tragedia humana, siempre hay una cuota de fortuna (negativo o positivo), que determina el destino del hombre. Es como si los dioses tenían claro que de alguna manera, Luis Velasco, no debía morir en 1955 sino que en el año 2000 a los 66 años de edad aquejado de un cáncer. Es como si la Moira hubiese querido que García Márquez transfiera esta historia de sobrevivencia y sacrificio humano, a todos aquellos que se sientan atraídos por esta historia, para extraer una lección clara respecto de que la determinación humana es algo que incluso los dioses desconocen.

viernes, 10 de enero de 2025

El sonido y la furia en cuatro días

Leer “El sonido y la furia” de William Faulkner es sumergirse en un mar tortuoso desde el punto de vista narrativo. A la vez, también, es conocer la profundidad del alma humana. Es conocer la historia de los Estados Unidos, especialmente, de las tierras del sur de ese país, a través de la genialidad de inventar, por ejemplo, un condado ficticio, llamado “Yoknapatawpha". Este autor, premio Nobel de Literatura, se inscribe en la lista de aquellos autores que han creado sus propios escenarios narrativos, y que han hecho cánon en la historia de las letras, a la usanza de Rulfo o García Márquez. Finales del siglo XIX y principios del XX, son los marcos epocales para esta historia, la cual admite otra gran genialidad de Faulkner: sólo en cuatro días nos cuenta las miserias y la decadencia de la familia Compson. Familia, latifundista, que históricamente su fuente de ingresos fue el algodón, misma materia prima que irá con los años decayendo en los mercados y que será, de una u otra forma, parte de la caída socioeconómica de la familia Compson. En cuatro días de relato, tenemos acceso a la vida de los Compson como lectores. La técnica narrativa utilizada no es secuencial, plasmando cuatro días seguidos en la vida de estos personajes, sino que se presenta un tiempo no lineal: 


• 7 de abril de 1928

• 2 de junio de 1910

• 6 de abril de 1928

• 8 de abril de 1928

Esta estructura hace que la lectura sea un tanto desafiante junto con otras técnicas narrativas que utiliza el autor, tales como un lenguaje experimental, flujo de la consciencia y múltiples narradores. En el sentido de los narradores, destacan las voces, a juicio personal, de Benjy, Quentin y Jason. El caso de Benjy es especial y amerita la compasión absoluta e incuestionable del lector. Uno termina queriendo a este personaje. Saber cómo un ser humano con discapacidad mental, es visto como una carga y un castigo por parte de su propia familia –esta es la impresión que me deja la lectura respecto de la actitud familiar para con Benjy–, es algo que a muchos futuros lectores de esta novela, puede indignar, sobretodo cuando nos llegamos a enterar cuál es el paradero de este personaje al final de la obra. La parte que narra este personaje contiene la real furia, que ejercía la familia en su contra. Esto resulta ser de una indolencia descarada, que Benjy la siente y la tolera, tratando de alzar su voz ante el atropello (quizás esta interpretación es exagerada de mi parte), con berreos que son el seco sonido de su desesperación no escuchada. Él ha perdido su prado, que ha sido vendido para costear los estudios del hermano, que decide suicidarse a son de lo que el lector descubra. Benjy, además, pierde el fuego y su… en fin, no queremos poner en alerta con lo que el lector se pueda encontrar en esta obra. Es acá, en todo caso, la expresión de mayor humanidad de la obra, pero también la más desafiante de entender. Hay que tomar en cuenta que en Benjy estamos en presencia de un lenguaje especial, que transmite lo que ve y siente el Compson más desprotegido, en relación a la vida cotidiana junto a su familia y a los negros. 

Aquí destacan la figura de Dilsey, aquella sirvienta-cocinera de los Compson, que a su vez es una suerte de matriarca negra que ha sido la testigo silenciosa e histórica de la ruina de sus “empleadores”. La impresión que da la relación que tiene con los Compson es de una esclava con sus amos. Sin embargo, en algún momento de la historia, Jason, cuando ya tiene que rematar sus bienes, puesto que las circunstancias lo ameritan, manifiesta que los Compson se han librado de los negros, y que de alguna forma esto no se ha dado a la inversa. Los sirvientes negros en la obra representan ideas interesantes y dignas de ser repasadas. Ejemplo de ello se dan en los contrastes sociales y las costumbres religiosas que tienen los negros. A pesar de la vida sacrificada y postergada de la gente de color, estos personajes representan de alguna forma una especie de resistencia ante las injusticias que se viven en los estados sureños del Estados Unidos de esos tiempos. Luster y su abuela, Dilsey, son observadores mudos de las relaciones familiares tortuosas de los Compson. El amor, el honor, el odio, la culpa y la traición son temas fundamentales en esta obra, y son la piedra angular que sustenta esta obra, y de alguna forma los negros entienden estas ideas y las callan sin intervenir mayormente. Es complejo que el lector descubra estos aspectos esenciales, la novela se torna difícil de comprender a ratos. 


Quentin comete supuestamente incesto con su hermana Caddy; la culpa los debería carcomer, pero expresamente eso no se aprecia en la historia. Se sabe que la hermana de Quentin tiene un hijo fuera de su matrimonio. Piensen, queridos lectores, que este personaje es crucial para la familia Compson; se puede considerar el centro emocional de los suyos, y cuando queda embarazada, esto genera el inicio del fin para esta familia. Es expulsada, ya que ha traicionado los valores tradicionales de la familia, que son los de la sociedad norteamericana de la época, y, por tanto, trata de criar a su hija, Quentin (el nombre del bebé es el de su hermano muerto, ¿rebeldía?), de la mejor manera posible. Un día Caddy deja a su hija en la puerta de la casa de sus padres y nunca más aparecerá. Eso sí, se preocupa de la manutención económica de su hija y envía regularmente recursos para ello. Acá, otro punto clave que involucra a Jason. No mencionaré mayor detalle al respecto, para que el lector vea por sí mismo qué sucede aquí, en este aspecto.

Jason merece un párrafo aparte. Este personaje personifica una serie de atributos que dejan bastante que desear en cuanto a su comportamiento y las relaciones que establece, especialmente, con su sobrina Quentin. Los lectores sabrán juzgar las acciones de Jason. Sólo decir que su actitud traicionera es el reflejo del ser humano frío, ambicioso, resentido y manipulador. Ustedes sabrán entender el porqué de su resentimiento respecto a su trabajo y lo que él deseó tener como puesto laboral soñado, por ejemplo. Su resentimiento nace de la relación con su hermana Caddy, pues la culpa de la decadencia de la familia, considerándola una “zorra”. Utiliza su posición de poder para controlar a su sobrina y a su madre, especialmente en la época en que el patriarca Compson ha muerto. Su temperamento es violento y explosivo. Es capaz de cometer los actos más violentos, por lo menos esa fue la impresión que me dejó. Esa forma de ser se extiende a los sirvientes y a cualquier persona que no vaya en su misma línea. Se muestra egoísta e interesado por su propio bienestar. En definitiva este personaje da a conocer al lector que es el representante de la decadencia moral y material de su familia, dejando tras de sí, una atmósfera de desolación y desesperanza. Hay que ponerle ojo a este personaje para entender bien la dinámica familiar y la tragedia de la cual es su rostro. ¿Qué otros adjetivos podemos darle? Bueno, pienso en dos: antipático y repulsivo, como el que más.

A modo de despedida, lo único que me queda por decir, es que esta obra me sorprendió para bien. Mi padre me regaló el libro por allá en el 2017, pero no me había nacido leerla y ahí se quedó en mi biblioteca hasta la semana pasada, cuando me aventuré en sus páginas. No niego que fue compleja su lectura y que me tomó un poco más de tiempo consumirla. Un par de veces tuve que pedir asistencia a los prodigios de la modernidad para aclarar dudas. Sin embargo, ante las complejidades de su lectura, es una obra que vale la pena en todos los sentidos, porque nos invita a darnos cuenta que la miseria humana está más cerca de lo que pensamos, incluso en la misma familia. También nos invita a pensar en aquellos que son más débiles ante aquel que ostenta más poder, y, de cómo, la verdad y la libertad son valores fundamentales que se deben buscar y saber que, los que nos envidian y odian, puede limitar nuestra libertad, y también, cómo la verdad o la mentira, juegan un papel fundamental a la hora vivir una existencia plena y en paz. 

sábado, 4 de enero de 2025

Las redes sociales y sus redes

A propósito del poema “Hueso” de Óscar Hanh, he reflexionado que bajo todos los puntos de vista y en última instancia, estamos condenados a la vanidad, estupidez y la hipocresía más absoluta que existe, y no lo digo por decir; lo manifiesto porque cada día que pasa, se presenta con mayor potencia esta idea en la sociedad. Este Pathos vanidoso, hipócrita y hedonista es como si fuese una especie de dolor punzante, de droga paralizante, pero es un dolor real, por lo menos para nosotros, esto nos causa una gran punzada dolorosa. La preocupación aparece y se somatiza. Aparece en alguna parte del cuerpo, está allí todo el tiempo, molestando, entorpeciendo el correcto discurrir de los días y de la vida normal; aquella que es pensada y que se detiene un tiempo para masticar la realidad. Me refiero a algo que excede al sentido común, el buen criterio y que roza la imbecilidad: la vanidad (y muchas otras sub manifestaciones que tiene) y las ansias de figurar como sea en las famosas redes sociales. Esto se muestra de diferentes maneras y aborda diferentes temas. ¿Qué me hizo pensar en estas cosas? Lo menciono arriba: fue gracias al poema “Hueso” del poeta chileno Óscar Hanh que llegó a mí nuevamente. Ya he perdido la cuenta de las veces que lo he leído. Pero esta vez generó una honda reflexión respecto de esta y otras cosas. 


La vanidad humana está en todas partes y se manifiesta de múltiples formas. La cultura humana es portentosa y abarca todo el planeta. La irrupción de la tecnología digital y las redes sociales, han dado tribuna para que todos expongan su ser de la mejor manera que puedan, aunque dudamos que los multimillonarios creadores de las redes sociales hayan tenido una intención altruista cuando dieron vida a estos pequeños medios de comunicación personales. También dudamos que alguna vez se utilicen, por la inmensa mayoría de las personas de este planeta, adecuadamente las benditas redes sociales. Fomentar conocimiento y cultura conducente deberían ser los ideales de la sociedad, sin embargo, es todo lo contrario en estos escaparates comunicativos: banalidad, sexualizar todo aquello que se pueda vender y comprar y, por supuesto, una infinidad de estupideces. Pensemos en aquella niña (sí, vamos a tomar el caso de las mujeres, por ser el más paradigmático en relación al tema que abordamos), que a sus tiernos diez años está en aquella zona intermedia que va entre la infancia y la pubertad, lo que es la puerta de la adolescencia. Pensemos y tomemos conciencia que a esa edad la mayoría de las niñas comienzan a centrar su atención en su aspecto físico, en el maquillaje que usarán para ir a un evento de la escuela, la vestimenta a ocupar en alguna junta con sus amigas, etc. Pensemos también que a esa niña la acompaña un teléfono inteligente; estos aparatos espectaculares que tienen como cuatro cámaras (cada una mejor que la otra) para captar fotos y videos de la vida íntima de cada ser humano. Esta idea a nuestro gusto es muy maquiavélica, puesto que de alguna forma hace de cada uno, un criminal, que roba de su propia intimidad, para luego venderle esa privacidad de la vida personal a otra persona que a su vez hace lo mismo que los demás. Eso es muy criminal: al final terminas, como dueño de una red social, lucrando con la vida ajena. Pero esto es un botón para la muestra, ya que el asunto da para mucho. 


“Detrás de toda gran fortuna hay un crimen”. Esta cita se le atribuye a Balzac y aparece en la obra de Mario Puzo, “El Padrino”. El lector se preguntará, sin duda, si esta cita tiene que ver con lo que estamos hablando, y claro que sí. Acá el crimen está en el daño cultural y social que han hecho las RRSS. Es evidente que estas plataformas comunicacionales reportan millonarias ganancias diarias a quienes son sus dueños. El combustible de estas máquinas de hacer dinero es el ego, la validación social mediante una cultura de la ostentación de aquella persona que muestra su vida en estos escaparates digitales. El código de comunicación no es el signo lingüístico, sino que la imagen en movimiento. El video corto muestra lo que realmente nos está pasando: la pérdida de nuestra humanidad, de nuestra esencia. Entiéndase que acá hablamos acerca de las ansias de trascendencia integral, en un sentido humanístico. También se puede entender así este fenómeno. Y esto pasa específicamente por el extravío casi irreversible de la palabra. Es la palabra y su uso no pueril y dedicado a la reflexión más profunda de uno mismo y la realidad circundante, lo que nos permite llegar a esa trascendencia. Pero este no es el tema del que ahora quiero ocuparme por completo. La idea de la pérdida del lenguaje es aquello que puede entenderse como una manifestación más dentro de este gran fenómeno de la RRSS, que tiene que ver con la decadencia social y cultural, por lo menos en esta parte del mundo se está dando así. 

En las tan valoradas redes sociales, las personas usuarias de estas plataformas comunicativas, que esencialmente son niños que van desde los ocho años en adelante y, por cierto, adolescentes (¡sí que los hay!) y algunos otros que ya están bien pasaditos para los bailecitos y las selfies de sus cuerpos, enseñando traseros, senos y curvas varias, pierden su condición más humana: la reflexión. Es cosa de analizar un tanto las redes, para saber cuál es el “contenido” que predomina. Hoy se da el fenómeno que plantea Gregorio Luri (2017), aquel sociólogo español, que plantea que estamos viviendo una inversión de roles etarios: los pubers quieren ser adultos (sobretodo las niñas con altos niveles de sexualización de sus contenidos que comparten en redes) lo más rápido posible, y aquel, de los adultos de treinta años y un poco más, que quieren alargar lo más posible una adolescencia ya ida, sin tener encima de sus hombros la carga de las responsabilidades, etc. Esto es lo que se denomina, quizás de manera peyorativa, el síndrome de “Peter Pan”. ¿Realmente estamos en ese momento de la humanidad en el cual los nuevos “adultos” han perdido la brújula respecto de aquellas etapas de la vida que se van quemando, y que naturalmente, van quedando atrás en la vida? Este es un fenómeno social al cual se le debe poner atención, ya que es un indicador claro del extravío mental que generan las redes sociales, incluso en adultos, que por lógica deberían mostrar seriedad y responsabilidad, y sin embargo, sólo desean diversión y aceptación de los otros en las RRSS. Hoy, cuando estamos escribiendo este artículo, nos hemos enterado en la prensa nacional, que un padre hace que su pequeña hija de cinco años sin casco, maneje una moto de alta velocidad en una carretera a alta velocidad, mientras el hombre la grababa muy relajado viajando de copiloto. La irresponsabilidad y estupidez es infinita en algunos; acá un botón para la muestra. En el video que el hombre sube a sus redes, el lema del registro es: “mi hijita será tranquilita”. ¿Por qué hace esto este hombre? Respuesta: validación social en redes y una actitud infantil exacerbada, en la cual las ansias de figurar en estas plataformas son más fuerte que el sentido común, el buen criterio y la responsabilidad parental. Lo que uno puede ver acá es (aparte de la imbecilidad) que las personas pierden la barrera entre lo real y lo imaginario. Esto es lo que le sucede a aquellos adolescentes de treinta años y a los auténticos quinceañeros. Aquellos (adultos o adolescentes) que viven en un mundo paralelo, que se potencian en un medio social en el cual, cada vez hay con mayor fuerza, más aparatos celulares y conexión a la web, son las reales víctimas de este cuento. Según Del Petre, A. y Redon Pantoja, S. (2020): “el 42% de la población mundial tiene acceso a internet. El 78% de los adolescentes en Chile tiene un perfil creado en redes o juegos.” Las relaciones de proyección y participación que generan las redes no son las adecuadas a nuestro modo de ver el asunto. Las redes serán otra forma de ser, de existir en una realidad paralela; pero qué realidad más triste y falsa, en la cual estás esclavizado a validar tu yo por todas partes para tener cabida en ese mundo. Te autodefines perpetuamente donde estás obligado a ser una o más identidades para poder habitar en la red, cómo bien lo establecen Del Petre, A. Y Redon Pantoja, S. (2020). Los valores y prioridades de la red, en primera instancia están determinados por algoritmos de IA, que conducen los valores y prioridades de los usuarios en la red, incluso son determinantes en procesos eleccionarios, en democracias tan sólidas como la estadounidense. ¿Qué tanto más le podría hacer a niños, adolescentes y “adultos” infantilizados? Éstos se deben a su audiencia real o imaginaria y también se deben a la percepción que ellos mismos tienen de sí y de sus públicos y viceversa. Sin estos elementos estos usuarios pierden su centro, el sentido de sus vidas. La performatividad en la red social es una fuerza potente, que genera que el “yo” sea un efecto del lenguaje preponderante, del discurso y de la cultura que impere en la red. Esto sucede todo el tiempo y ya fue advertido de alguna forma por Nietzsche y por Foucault, guardando las distancias temporales lógicas de estos pensadores, respecto del tema que tratamos acá. Así sucede según lo plantea Judith Butler (como se citó en Del Petre, A. y Redon Pantoja, S., 2020) al manifestar que el yo se conforma en base a estas ideas. En otras palabras, en la web y las redes hay muchos “yo” dando vuelta que buscan la validación a toda costa. Mantener todo el aparataje de las RRSS. como el perfil actualizado, fotografías y videos nuevos, publicaciones, agregar páginas y comentarios sobre publicaciones de otros, y la sensación del anonimato, son actos que constituyen un cambio de realidad: son actos performativos de alguna forma que conforman la subjetividad del usuario (Cover 2014). La identidad colectiva e individual se define bajo esta lógica, es decir, bajo la premisa de una validación, consenso y aceptación en los otros. ¿Pero a qué costo? ¿Será que vivimos la época donde el individuo pensante, deje de manifestar lo que piensa para no ofender a su contraparte cretina, según como alguna vez lo manifestó Dostoyevski? Lo que hace nutrir a este yo hedonista, vanidoso y adolescente es en el fondo una construcción simbólica de ese yo ridículo e ignorante que abunda por doquier en las redes. Lo que decimos acá, no significa estar en contra de lo banal o superfluo (que en algunas ocasiones es muy útil en términos psicológicos para las personas), sino más bien damos una voz de alerta respecto del exceso de estupidez que abunda en las redes sociales. Pero uno de los aspectos más tristes, y que se conectan a nuestro juicio con el mensaje que nos deja Óscar Hanh en su poema “hueso”, es en el fondo, esa sensación de esclavitud a la imagen que se disolverá en algún momento, porque todo lo consume el tiempo. Esa dependencia enfermiza de mantener un yo falso, cual top model, que no puede dejar de ser bella, es en última instancia una: “hiperexposición a los otros, que se explica desde un nivel de implicación, estimulado por un cierto efecto Hawthorne: la mejora del desempeño, en este caso el de compartir mejores fotos, vídeos más elaborados, contribuir más a una comunidad o ser un partícipe más activo, se nutre de la hiperestimulación seductora e inmediatamente gratificante de obtener feedback de cada microacción que realizamos.”, según lo plantean Del Petre, A. y Redon Pantoja, S. (2020). En el fondo lo que se vive en estos términos es que los usuarios de las redes sociales se encuentran siempre en una vitrina virtual, en la cual siempre deben responder a un modelo de sociedad, simplificada y hedonista, donde las evidencias de tu existir (videos y fotos), son la prueba de tu éxito social, que en el fondo es la única manera de ser reconocido y ser visible en ese mundo (Portillo, 2016). Esto genera en el sujeto-usuario una suerte de estatus a mantener todo el tiempo. Pero si no se opera bajo la lógica de sobreexposición que hemos mencionado, realmente el usuario tendrá “miedo a perderse de algo”, porque en el fondo deben estar esclavizado a esa aprehensión generalizada respeto a la idea de que los demás están teniendo experiencias gratificantes de las que esos sujetos están ausentes. Es esto lo que genera el deseo de estar constantemente conectado con lo que los otros están haciendo. Sin esto, uno podría pensar, que esos usuarios sometidos y esclavizados no son nada. 

A modo de conclusión, hay que comprender lo importante que son las redes sociales, sobretodo para las generaciones más jóvenes. Es por eso que se debe poner en alerta su mal uso y, también, hacer reflexionar a la sociedad en su conjunto respecto de que estamos atravesando por una de las más grandes crisis que haya vivido la humanidad y, que ésta, se relaciona directamente con un nihilismo postmoderno, que tiene sumida a la población entera del mundo, en eso que Baudelaire llamaba el Spleen de París; la sensación más hastiante y agobiante del mundo. Todo gracias a las gloriosas redes sociales. Pero el gran público no sabe cómo manifestar este sentir. Tal vez, aquello que hemos manifestado, a lo largo de todo este artículo, respecto de las Redes Sociales y sus usuarios, y de las maneras de relacionarse y utilizarlas que tienen los jóvenes en ellas, puede ser una manifestación diferente de ese Spleen Baudelaireriano. Uno nunca sabe. Quizás Hanh, en este sentido, tenía razón cuando decía: “La carne es pusilánime/Recurre al bisturí a ungüentos y a otras máscaras/que tan sólo maquillan el rostro de la muerte”. Estos versos nos dejan un sabor especial en el paladar, en el cual se realza la idea respecto de la vanidad (como tantos otros temas que hemos abordado acá) como uno de los ejes centrales de las famosas RRSS, a nuestro gusto. Es imperativo que se haga una revisión de los intereses que se desvirtúan en las redes sociales y que confunden a los usuarios, los cuales no logran distinguir entre lo importante y conducente versus lo pasajero, lo desechable y lo banal, que se estilan como el pan de cada día en estas plataformas “comunicativas”.

Céline y su viaje por la noche

 Fue un descubrimiento surgido de la nada. Es como si algo me hubiese llamado a la lectura de esta novela. El misterio a veces surge espontá...