Recuerdo que cuando era un niño de diez años aproximadamente mi abuelo tenía muchos libros en su departamento, los cuales tenían lomos hechos con género, eso me llamaba la atención, porque sentía que esos libros eran hechos por sus manos y que venían de una época más antigua que la de él, en algunos casos. Aquellos libros de mi abuelo, luego de su muerte, han perdurado ya casi cuarenta y cinco años en el entorno familiar. También recuerdo los paseos de fin de semana a la plaza O’ Higgins en Valparaíso y a la feria de las “pulgas”, que se instalaba en el lugar. Allí se encontraban libros que se notaba que eran muy antiguos junto con objetos de otras épocas. Para mí los libros traspasan la barrera del tiempo, y no sólo porque el papel termina como alimento de polillas, sino porque las ideas o historias contenidas en el objeto-libro, que año a año acumula polvo y sus hojas se vuelven amarillas, evocan emociones, aprendizajes y tiempos mejores, entre muchas más cosas. Esas idas de fin de semana a la plaza a ver antigüedades y libros viejos, formaron de alguna manera mi identidad de lector. Descubrí la literatura y sus mundos, sus profundidades y vericuetos escondidos para aquellos que no la leen, y que, por lo tanto, no la pueden apreciar. Yo tengo la costumbre de leer diariamente y siento que sin los libros no tendría un puente para llegar a las ideas de los otros. Pero hay gente que aún se pierde de este bello tesoro, que es leer. Sé que para muchos, en estos tiempos, el libro y la lectura no son más que actividades prescindibles, aunque no se han dado cuenta qué tan bien les haría para mejorar sus dotes comunicativas, leer de verdad. Cuando Irene Vallejo dice que “los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien”, tiene toda la razón al decir esto a través de la visión de los habitantes del mundo antiguo, respecto de la importancia de la lectura como actividad que nutre el pensamiento de los seres humanos. Hoy en día las personas casi no saben hablar y menos pensar. Les cuesta mucho entender un libro o un texto de unas cuantas páginas. Quizás esto gracias a la desidia o al actual imperio de la imagen, que rige la vida de millones. Para cualquier lector con amor a las letras; éste se dará cuenta inmediatamente, que este libro, que reseñamos acá, es un llamado de atención para girar nuestra mirada hacia los libros; y entender éstos, como la raíz o fuente indispensable del auténtico saber humano. Dice la autora que el sueño alejandrino de las bibliotecas infinitas y el saber sin límites son algo fundamental para el desarrollo intelectual humano. El papel, la imprenta, la curiosidad liberada de miedos y pecados, conducirán a los mismos umbrales de la modernidad. Estamos en esa modernidad ( o posmodernidad), y sin embargo, pienso que vivimos una época de la crisis del saber. Aunque en la actualidad tenemos un acceso inigualable a la información y, por ende a los libros, muchas personas se están perdiendo en la superficie de las cosas; viendo videos y más videos que sólo exploran lo jocoso, la moda chistosa del chascarro más atractivo, y que no aportan mayormente al desarrollo cultural colectivo. Es lamentable.

Lo que hace Irene Vallejo, escritora, prensadora y filóloga española (nacida en 1979), que colabora con medios de comunicación; es que nos ha dado uno de los ensayos más aclaratorios y bellos del último tiempo respecto del conocimiento y del libro, como de su evaluación también. De esta herramienta llamada libro, que prolonga la memoria humana; habla y reflexiona la española en una danza de conocimientos acerca del tema, como pocos lo han hecho. “El infinito en un junco” es un ensayo hermoso acerca de la historia del libro, repito, el cual es un artefacto trascendente de la cultura humana, y que no ha sido superado, ni siquiera por la mejor tecnología de la actualidad. Hoy en día aún se siguen vendiendo en librerías ejemplares físicos de los textos, que en el fondo son los libros. Osadamente los podemos comparar con las Tablas de la Ley de Moisés. Nuestro tiempo de alguna manera ha perdido esa relación íntima que la humanidad mantuvo desde sus orígenes con el libro. Ese vínculo de perpetuidad del saber y de la experiencia humana, es quizáslo que hoy se ha perdido. Creo que es por eso que para la pensadora, Grecia y Roma, son los ejes fundamentales para desarrollar su obra. Sin duda, estas civilizaciones marcan el precedente del saber y la erudición del conocimiento, por antonomasia en occidente. Así nos adentramos en los vericuetos de la historia, para entender cómo surge la escritura y los libros y también el pensamiento humano. Civilizaciones, guerras, miedos, territorios, bibliotecas, incendios, personajes ilustres del saber universal, amores, envidias, ideas e imaginación, entre otros; son elementos transversales a lo largo de todo el bello libro de la oriunda de Zaragoza. Pensadores, poetas, trovadores, bibliotecarios, esclavos romanos, copistas de libros y muchas cosas más son retratados y puestos al balance de los tiempos actuales por parte de la autora. Esto nos permite tener una noción bien clara de las cosas que propone y entender hacia dónde camina la propuesta de este libro, que reseñamos a continuación.
El aporte griego
Vallejo nos ofrece un retrato vívido de la cultura griega, destacando su influencia perdurable en la historia del libro. El dominio heleno en términos culturales y civilizatorios, Irene Vallejo, lo plasma desde tres puntos inconfundibles: Alejandro Magno, la dinastía Ptolemaica y la influencia Helenística. Ya en las primeras páginas de este texto, encontraremos que la ciudad de Alejandría, en Egipto, será el gran pilar cultural que otorgará los cimientos de nuestra actual sociedad de la información. En la antigüedad surge la escritura, los papiros, los pergaminos y también las bibliotecas y el museo. En el libro editado por Penguin Random House Grupo Editorial en 2022, las explicaciones e interpretaciones históricas, etnográficas, sociológicas, literarias y filosóficas, son abordados por la mirada analítica de la autora; enlazando las ideas y hechos del pasado con aquellas cosas del presente (vuelvo a reiterar esta idea porque realmente es magistral, a mi gusto), que nos hacen comprender lo importante que es para el progreso humano. El libro, objeto inerte, cobra vida en la mirada del lector, desatando un diálogo eterno entre el pasado y el presente. Ése es el uso que se le debe dar y no un fetichismo estéril de coleccionista inútil, como ciertos monarcas del pasado hacían. Sin embargo, los bibliomanos, con ese afán de coleccionar (en todo caso no sé si la palabra “coleccionar” sea aquí la más apropiada. Todos somos de alguna forma coleccionistas de libros, lo confieso) libros, hacen algo fundamental para la creación y difusión del conocimiento; de la sabiduría versus el hostigante olvido que amenaza con borrar todo vestigio de nuestra existencia por este mundo. Escribir y leer son hermanos inseparables y su morada es el libro. Allí es donde se dan todas las posibilidades que pueda otorgar nuestro lenguaje humano e imaginación. Esta es la sensación que proyecta la lectura de esta gran obra de la española Irene Vallejo.
En las grandes infraestructuras del pasado (tanto de Roma como de Grecia), se monta el escenario ideal que la autora nos entrega a través de palabras precisas y bien cuidadas, las cuales va tejiendo con maestría; y así la pensadora nos sumerge en épocas y culturas ya extintas para nosotros. Nos guía en los laberintos del libro y del tiempo. De esta forma es como nos hacemos la idea cabal de ese pasado esplendoroso y a veces contradictorio, que nos entrega esta obra respecto al libro y el saber humano. Con las hábiles manos de Penélope va tejiendo la española todo el traje textual que es este “infinito en el junco” que muestra a sus lectores. Sé que volvemos sobre esta idea, pero es fundamental: la gran Biblioteca de Alejandría, el Faro de Alejandría y el Museo, son como unos tótem para el conocimiento humano en general, y para los amantes del saber, por cierto. Serán, también, importantísimas estos “tótems”, para el desarrollo explicativo de las ideas que se exponen en esta obra. El trabajo que la autora nos entrega, está cargado de analogías hermosas, citando verdaderos próceres de las bibliotecas como lo fue Borges: “En un sorprendente anacronismo, Borges presagia el mundo actual. El relato contiene, es cierto, una intuición contemporánea: la red electrónica, el concepto que ahora denominamos web, es una réplica del funcionamiento de las bibliotecas". Estas palabras de la autora, aluden a aquel cuento de Borges llamado “La biblioteca de Babel” y nos sirve como metáfora para entender lo importante que fue la biblioteca de Alejandría para la cultura occidental. Este libro tiene ese sabor a ciudad cosmopolita. Esto por gracia y crédito del gran Alejandro Magno. Este personaje histórico es otro eje central, también; que permite entender cómo surge el pensar, la escritura y el libro. El relato o la explicación de la maratónica carrera por unificar todas las visiones posibles del pensamiento en un lugar reconocible e icónico como una biblioteca, fue el sueño del conquistador macedonio, que a la postre se cumplió de alguna forma y trascendió en el tiempo y pudo llegar a nosotros. Sueño que de alguna manera tiene eco en nuestros días con la figura todopoderosa y omnisciente de internet. Otro aspecto interesante del libro, se relaciona con las ansias del hombre por preservar el saber. Hoy la humanidad no sería lo que es, sin ese espíritu y curiosidad, que se gestó en los albores de la civilización occidental. En este sentido, la oralidad por cierto es rescatada por la intelectual española, dándole la importancia necesaria para entenderla como si ésta fuese una especie de bisagra entre el soplo de las palabras cuando se dicen a voz viva y los signos lingüísticos grabados en papiros, cortezas de árboles, con caligrafías excelsas y hermosas, tanto en madera o en cueros de animales. La biblioteca de Alejandría contaba con una cantidad de libros muy variado y enorme, que por distintos azares y tragedias de la historia fueron disolviéndose en las aguas de los tiempos. Esto nos condiciona de alguna forma para tener todo el espectro del saber del pasado, hoy en nuestras manos bajo la égida de la web. En ella (la Biblioteca) estaban reflejados todos los temas, todas las ideas y reflexiones, todas las miradas más avanzadas y punzantes del tiempo antiguo. Y esta ocurrencia es meritoria darle vueltas, y lo hace la autora, porque en el fondo es un punto de referencia insoslayable para entender la posterior trascendencia del libro, como objeto transmisor de cultura.
El aporte romano
En la parte del libro dedicado al legado romano, encontramos que Vallejo, nos muestra esa actitud avasalladora de la cultura romana antigua. Eso de “aquí estamos nosotros, y ¿qué sucede?”. Ese dominar a través de la fuerza militar y del dinero, y, además, ellos queriendo siempre tener un sustento cultural, un relato que les dé sentido de cierto "chovinismo", que los haga destacar por sobre los demás pueblos; y así dominar y conquistar. Ése es el juego que jugaron los antiguos romanos y de lo cual se nos explica en esta obra. Lo más apropiado (para los romanos), nos cuenta el libro de la española, fue que los habitantes del Lacio imitaron a los griegos para encontrar ese relato que buscaban y que les daba el sustento para conquistar culturalmente, y que de esta manera los conquistados sientan que son parte del imperio, y que ni siquiera digan ni “pio”, y den gracias por ello. Así surge el afán por la cultura y el libro. Pero también conocemos que la esclavitud es mostrado como un elemento clave para entender el gusto de patricios y ciudadanos de alto nivel, por la lectura de libros en voz alta, por ejemplo, en aquella época y por aquellos lares. Los ciudadanos romanos no querían ser menos que los griegos cultos y refinados, por lo cual vuelcan sus ansias de sabiduría en la recolección de libros y copian obras, por medio de las manos de sus esclavos. La escritora nos va explicando y mostrando la importancia vital de aquellos seres humanos, confinados a la esclavitud en el imperio romano; a trabajos que eran considerados de baja estofa, pero necesarios o vitales para el desarrollo del imperio en términos del saber como sinónimo de poder. Así, los que se dedicaban a labores de educación, medicina y otras similares o inferiores, lo hacían siempre bajo el mandato de la esclavitud. Los “profesores”, por dar el caso, al impartir sus lecciones, lo hacían con severidad y rigor, llegando a niveles de extrema violencia que dejaban huellas en sus alumnos toda la vida. Quizás era la imitación de lo que ellos recibieron cuando fueron hechos esclavos, lo que aplicaron como método pedagógico. Algunos estarían bien contentos si volviesen “ciertos tiempos” hoy en día en el ámbito educativo, respecto de estos métodos. El libro también aborda el rol del lector en todo este cuento. Nos otorga Vallejo, a nosotros los lectores, con la claridad de una argumentación sutil y eficaz, que somos, a pesar de ser pocos, a lo largo de la historia, los guardianes de algo grande, pero desvalorado actualmente, creo. Siempre, el lector, ha tenido limitantes para sumergirse en las palpitantes letras escritas de un libro: ya sea la inquisidora visión de una iglesia omnipotente y castigadora; o el elevado IVA al libro de nuestros tiempos. En ocasiones, en ciertas sociedades antiguas como la de los romanos, un signo de distinción y de privilegio era saber leer. Hoy ya no es así. La filóloga nos comparte su visión respecto de aspectos casi desconocidos del lado B de la lectura y la escritura, en este necesario ensayo. Datos interesantes, reflexiones destacadas y profundas observaciones de este libro, se entrelazan con aspectos de nuestra vida lectora y libresca de nuestros tiempos. Esto nos provoca, como lectores modernos sobre estimulados, una comprensión más didáctica de las ideas e informaciones expresadas en esta obra. El libro de Vallejo, es en síntesis, una exquisita amalgama de datos, experiencias personales, biografías de personajes ilustres vinculados a los libros, conquistadores, dictadores modernos, libreros perseguidos, militares quemando ideas y ocurrencias propias de la autora respecto del tema central: el libro como elemento transformador de la vida humana y de la civilización. Todo se teje tan bien en este volumen, que cada elemento se encuentra en un equilibrio exquisito; todo en él está puesto en directa proporción de sus partes y componentes.
Fundamental es la reflexión que hace la autora al manifestar que “los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas”. Esto me pareció muy importante, porque la lectura es una actividad que nos puede sacar del hoyo más profundo en que nos encontremos, sobre todo en términos psicológicos. Manifestar que la palabra escrita ha sido perseguida en todas las épocas, es establecer una verdad del porte del mismísimo faro de Alejandría, e incluso más grande. Muchos tiranos y dictadores han querido ir en contra de la palabra escrita, quemando y destruyendo ideas, experiencias y teorías escritas. De ahí que la española, menciona obras icónicas que detallan esta nefasta actividad; como lo es “fahrenheit 451” de Bradbury o “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, por sólo mencionar un par de ejemplos. Uno de los aspectos de la lectura, como actividad intrínseca asociada a la palabra escrita y al pensamiento, que se destaca en el libro, dice relación con el paso del papiro al códice. Otro punto interesante de la obra de Vallejo. La filóloga, explica muy bien este aspecto, haciendo focos comparativos entre el libro moderno y las tablets, por ejemplo; pero siempre haciendo guiños al pasado, como cuando menciona a Marcial, aquel poeta romano del siglo I, que con sus epigramas jocosos, ensalzaba el uso del códice por sobre el rollo entre otras temáticas que tocaba en su poesía. Esto nos lleva al hecho de que la tecnología siempre se va superando a sí misma, constantemente. Esto sucedió más o menos así: el papiro sepultó a la tradición oral, el códice dejó atrás al papiro, la imprenta de Gutemberg masificó el conocimiento, y por ende, la cantidad de libros en manos de seres comunes y corrientes; y por último, internet rompió todas las barreras. Sin embargo, nos alerta la española, que aun así, la censura de los regentes romanos a obras que incomodan al poder, puede seguir viva hoy bajo otros rótulos y caretas. Hay que tener cuidado hoy en este sentido y quizás en todos los sentidos. No es posible que a estas alturas de la historia humana, existan libros y autores proscritos, como los hubo en el pasado. De que los hay, creo que los hay. De esto también nos alerta el infinito en un junco.
Los libros son objetos mágicos, que de alguna forma transmutan vidas, formas de pensar, la moral e incluso la sensibilidad de los seres humanos. Si les damos la oportunidad, podemos encontrar en ellos, aquello que nos falta, eso que buscamos y que no encontramos en las pantallas; eso que está hecho de palabras y que nos ayudan, incluso, a encontrar el sentido de lo que vivimos. Porque las palabras son poderosas hay que ponerles atención. No en vano el Verbo es la mismísima divinidad en la Biblia. Desde las religiones hasta los científicos más concienzudos, metodológicamente hablando, de nuestros tiempos, se cobijan en el libro como el auténtico resguardo ante el olvido y la ignorancia. La memoria es frágil y por eso se necesita del libro como aquello que apuntala y refuerza nuestra quebradiza capacidad para recordar. Lo más bello de todo es volver una y otra vez sobre aquello que se nos escapa, ya sea por culpa del tiempo y su inexorable poder, o porque sencillamente se nos olvidó el dato que nos hace ganar cuando jugamos bachillerato. Es por esto que el libro es, como aquella ave que nos permite volar; es nuestro más fiel amigo, dado que no sólo nos acompaña en la evasión y la catarsis, sino que también da cabida a nuestras expresiones más íntimas y ayuda a expandir el límite de nuestro pensamiento. Así que, amigo mío, ya sabe: si quieres expandir tu mundo, aventúrate a abrir un libro. Sólo tienes que deslizar tu mirada sobre las letras y dejar que ellas bailen en tu mente y cultiven la fértil tierra de las ideas en ti.