Las instituciones encargadas de fomentar el pensamiento crítico, que podría ser privativo de las Humanidades, deberían ser las casas de estudios superiores. Pero esto no es tan así, ya que el mercado, actualmente, ha permeado muchas de estas instituciones; floreciendo éstas como callampas, que inundan cada rincón del planeta, sobre todo en Chile. Las universidades privadas, que sólo funcionan como formadoras técnicas de conocimientos, no tienen como objetivo el fomento del pensamiento crítico que deberían impulsar. Algunas universidades norteamericanas, especialmente Harvard, que tiene un enfoque formador crítico, de independencia de pensamiento y de cátedra; es en este país, una de las pocas que preserva la cultura e intenta transmitirla por esos lados hoy por hoy. La universidad de Columbia, por su parte, ha tomado una actitud sumisa ante las arremetidas autoritarias del presidente Trump. La dignidad de las universidades no se puede doblegar ante el poder del dinero, entendido el poder monetario como el arma que utiliza Donald Trump: medio coercitivo o mordaza del pensamiento crítico, que es una de las bases de la Democracia verdadera que por estos días está en riesgo. Evidentemente las universidades también deben preparar a las personas para el mundo laboral de hoy; pero no pueden perder la brújula, ese norte que siempre deben tener las casas de estudio: el pensamiento crítico.
Las humanidades y los valores que planteaba la Ilustración, cuando ésta surgió en el siglo XVIII: entiéndase la acción de razonar; es lo que se conoce como la racionalidad, no se pueden perder en el fondo del vertedero. Esa misma racionalidad que hoy la tecno-estratificación social ha desechado y la ha reemplazado por una creciente insensibilidad para con el acto de pensar, se ve amenazada. Es decir, el refuerzo que la tecnología hace hoy es acrecentar las desigualdades sociales existentes, por cierto en el plano de la cultura y el saber humano. Esto, actualmente, lo generan estas universidades que no tienen como objetivo formar a sujetos con espíritu crítico, sino borregos técnicos que encajan perfectamente como ladrillos en una pared. ¿Quién hoy puede reflexionar hondamente acerca de la condición humana? La respuesta es clara y categórica: las universidades deben proteger el desarrollo de la crítica, del pensamiento reflexivo y concienzudo de la realidad.
Poder entender que las universidades son los guardianes de la Democracia, a través de la espada de la reflexión crítica, significa que esto descansa en la convicción que enseñar a las personas a ser razonables, es una labor titánica en nuestra época actual. Esto porque en el fondo, la irrupción tecnológica, expresadas en el corolario de las redes sociales, que se pueden entender como la cúspide de la imbecilidad, tal cual como se están utilizando actualmente: fomentan la idiotez y la vulgaridad, en muchos casos y no cumplen lo que realmente deberían hacer. Ojalá que se desarrollen espacios auténticos para combatir esta problemática; un espacio para pensar un mundo distinto. La última palabra, respecto de hacer que las cosas sean mejores, la tienen aquellas personas que son capaces de alzar su voz, dialogando y razonando en los espacios que Kant pensó para ello, en algún momento: las universidades reales.
¿Somos capaces de diferenciarnos de los animales? Ellos sienten deseos que deben satisfacer por instintos. Nosotros también tenemos esos mismos deseos, aunque hay algo que nos diferencia radicalmente: la pregunta del ¿debo hacerlo?, ¿Debo satisfacer mis deseos a toda costa? Esta es la diferencia entre animales y personas: la capacidad de hacernos esa pregunta, por medio de la razón, que se sustenta sencillamente en la palabra, aquello que hoy, como las universidades y la democracia, se encuentran en un serio peligro de perder su sentido, de caer en la anomia y disolverse en los totalitarismos de hoy.