De
la boca sale el veneno de todos los días, el Señor dijo una vez que lo que
contamina al hombre es lo que sale de su boca. Lo que entra es inocuo, ya sabes;
vaginas, penes de cachalote, una res enteramente transgénica como afrodisiaco
para el apetito, también un virus benigno, que dicta las leyes en base a una
ética y una unidad de propósito, porque ella es la autoridad sanitaria y de
ella es la potestad. Y ella dice que no nos escuchamos, pues nuestras bocas son
fétidas a cerumen, sabor frutilla. Y, ¿qué hacemos ahora cuando ya las cámaras
bicamerales se han tragado todo, en un torbellino de acuerdos sociales y
económicos, vomitando a ciudadanos honestos a parafina? Sí, me acuerdo cuando
me dijiste que habían, tres ministerios de seguridad pública y privada, que no
solamente nos cuidan, sino que nos permiten ser una nueva reforma, un nuevo
ánimo para sumarse a las voluntades y nuevo súper, súper hombre. Un día aullaron
los cuervos cuando los mandriles bramaban cantos exquisitos y nosotros no
podíamos escucharlos por nuestras bocas muertas. Y un perro nos preguntó, luego
de mucho tiempo, cuando yo estuve internado después de mi operación a la
próstata, qué cómo era posible que haya aumentado la cobertura y no el nivel de
la ayuda. ¿Qué? Preguntamos airados, por lo que considerábamos un alago
delicioso. Lo único que alcanzamos a decir, es que la política cumple su rol,
porque ella está a la altura. Y nos dijeron: no. Hay que aprender de los
aciertos, de los éxitos jugosos, llenos de fragancias ácidas como vaginas y
penes-hay que sumarle el terroso aroma del ano-, porque allí está éxito, el
delirio de una falda corta o de una voz ronca que, susurrando en el oído, deja
erecto los bellos de las damas y la blanda cueva se humedece gracias al rocío
de la imaginación y la belleza. Sí, porque allí un sujeto sentó a la belleza en
su falda y nos abrió la puerta al sótano de los oscurecidos. En aquellos
dominios rendimos culto al viejo y olvidado virus, tótem sagrado, que nos dijo
lo esclavo de las cosas que somos. Pero nosotros vomitamos odio por las bocas,
sin entender nada y no procurando cambiar lo que hacemos. Pero qué cosa más
lúcida he dicho, en fin… ahora sé que la locura es la mayor lucidez que podamos
experimentar, aunque sigamos estirando el chicle cada vez más. Ahora me
acuerdo, todo era por las secuencias de sentido común per cápita que el Gran
Padre no alcanzó a repartir y no pudimos hacer nada más que salir y protestar.
Sr. Nadie