Quince años de relación: una hija (creciendo) y viviendo en la casa del "suegro". ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Mi trabajo está a la vuelta de la esquina. No necesito movilización para ganar dinero, los clientes llegan solos. A veces, mi señora me mira con extrañeza, porque las ventas son muy buenas.
El otro día fue el mandanga a tu casa: atendieron a la puerta y contestó que chaqueta en mano, un beso rápido en la frente y que saliste apurado y no volviste hasta la noche, dijo la cabrona con ojos sentellantes. Está lista, dijo la vieja. Es primeriza y quiere que todo pase en la oscuridad y con la música alta, para que nada se escuche, porque le da vergüenza, dijo con cara de pícara. En ese negocio suyo, la discreción es regla. Le dije que no había problema, que hace más de un año no estaba con un tierno retoño y que estaba a punto de cortar las huinchas. Esa noche fue extraña: su olor me recordaba algo familiar, pero todas a su edad huelen igual. No dejaba de pensar en eso. Meses y aún Julietita no me habla, no sé qué pasa.