Ascensión de fin de año
Despertó como de costumbre antes que sonara el despertador, se puso atento para apagarlo cuando comenzara el ringtone; había dormido mal y sentía cierta pesadez en su cabeza y producía un silbido al respirar. Apenas sonó el despertador lo apagó y se metió en el baño; cuando se miró en el espejo para lavarse los dientes se impresionó, no podía creer lo que veía, era su rostro casi desfigurado por un bulto que nacía en su mentón y abarcaba todo el costado izquierdo del cuello. Se palpó la hinchazón, no era dura, pero tampoco era una inflamación normal, se dijo a sí mismo – tendré que pedirle permiso a doña Misericordia para ir al médico. Se duchó y comenzó a vestirse, cuando se puso la camisa se dio cuenta que el primero y segundo botón no podía abrocharlos por la hinchazón del cuello, menos pudo ponerse corbata. Salvó la situación poniéndose una bufanda, aunque ya era primavera, no podía presentarse en su trabajo con la camisa abierta.
Por cierto que llegó atrasado a su trabajo, entró casi corriendo al colegio donde trabaja y pasó frente a la ventana de la oficina de la directora, le hizo una especie de reverencia a modo de saludo, como respuesta obtuvo un gesto con la mano de doña Misericordia para que se apurara en tomar el curso. Su lugar de trabajo era oscuro, no porque faltara luz o fuera de construcción antigua; al contrario, la directora siempre se ufanaba de estar construyendo nuevas salas de clases porque estaban llegando más alumnos. Lo tétrico era el clima que siempre se percibía denso, pesado como un océano, profundo como un cielo estrellado. Los colegas luchaban entre sí para obtener la bonificación del empleado del mes, que era lo más esperado por los funcionarios. La envidia, los celos y la competencia eran la ley; muchas veces esta lucha era exacerbada por los comentarios de doña Misericordia para indisponer unos con otros. Aquellos que conseguían los mejores resultados académicos con sus alumnos, disfrutaban de la adulación –por cierto del dinero- y del reconocimiento de sus apoderados; quienes no, recibían el escarnio público, el repudio y peligraba su permanencia en el establecimiento.
Cuando entró a la sala de clases, sus alumnos comenzaron a preguntarle por qué andaba con bufanda si ya no hacía frío; cuando notaron el bulto en su cuello los cuchicheos entre ellos abundaron y fueron aumentando de tono. Tuvo que alzar la voz para hacer callar a su curso; fue agotador hacer clases esa mañana y con el esfuerzo que hizo para hacerse escuchar, empezó a enmudecer. En el recreo del almuerzo fue llamado a la oficina de la directora. Primero tuvo que dar explicaciones por su atraso al ingreso de la jornada, con el hilo de voz que le quedaba; le dijo que las razones eran de salud y estaban a la vista, obvió la parte en que estuvo largo rato tratando de ponerse la corbata. Tendré que pedirle permiso para ir al médico – le dijo a la directora; trate de pedir hora fuera de su horario de trabajo – le respondió ella, y agregó – en todo caso los tratamientos hoy en día son muy efectivos, Parrita, no se preocupe – de la boca esas palabras fueron vomitadas con un dejo sardónico; Nicanor, petrificado por dentro, la miraba casi sin aliento, y sin ningún argumento, miró a través de la vertical y angosta ventana de aquella oficina. Abatido salió de la oficina de la directora y notó que los profesores y alumnos que estaban en el patio lo miraban como bicho raro; a esa hora su estado ya era conocido por todos y los alumnos se referían a él como el Profe del Cototo; otros más crueles le llamaban El Pelícano.
Sólo pudo conseguir atención médica para una semana más, mientras tuvo que seguir haciendo clases; cada día le costaba más hablar hasta que enmudeció. Nuevamente fue llamado a la oficina de la directora, quien solo le dijo – trate de pedir licencia médica, así podré reemplazarlo. Por fin llegó el día de la atención médica; se presentó puntualmente en el centro médico; aunque tenía reservada la hora de atención, igual tuvo que esperar casi cuarenta y cinco minutos para que lo atendiera el médico. Fue llamado por el altavoz a la consulta tres, entró y un médico con cara de cansado comenzó a hacerle preguntas, que apenas pudo contestar por su problema de voz; luego comenzó una examinación táctil y visual, le palpo el tumor y le hizo abrir la boca alumbrando su cavidad bucal con una lamparilla; no decía nada, solo movía la cabeza de derecha a izquierda y viceversa. El médico terminó de examinarlo y se sentó a su escritorio para escribir en el computador, sin decir una palabra. Luego imprimió varias hojas y recién comenzó a hablar, - se tiene que hacer estos exámenes- y le entregó varias hojas con órdenes de examen médico; luego comentó – no puedo aseverar nada hasta que vea el resultado de los exámenes, pero mi experiencia me indica que esto está serio, por otra parte no puedo darle licencia médica hasta que tenga un diagnóstico. Nicanor abandonó el centro médico más apesadumbrado que nunca.
Como no le dieron licencia médica tuvo que volver a hablar con directora y ante la imposibilidad de hacer clases, ésta con cara de disgusto lo asignó a la biblioteca para atender pedidos de libros, fichar nuevos libros y volver a empastar aquellos que estaban deteriorados; otra parte de su jornada la dedicaba a registrar asistencia en los libros de clases y completar estadísticas. Hasta ese momento su estado era una ola de rumores entre el personal, aunque sus estudiantes deducían no con mucho esfuerzo que su fin no estaba lejos. Cada día lo veían más demacrado y el cansancio se notaba en sus gestos. Sus más de cincuenta horas semanales lo fueron acabando poco a poco, hasta el punto que su misma indumentaria se veía ajada. Un profesor insidiosamente le preguntó por qué se veía como un Quijote vagando por valles y colinas, Nicanor solo contestó - ¿qué te parece mi cara abofeteada?; el profesor, que al parecer no entendía mucho de figuras literarias, tomó literalmente la respuesta de Nicanor y le espetó -¿quién te propinó la cachetada? Nicanor miró atónito a su interlocutor, evitó hacer un comentario ante la falta de perspicacia de su colega y siguió registrando la estadística de los alumnos que habían cometido alguna falta durante la semana.
Los rumores no se dejaron de escuchar desde ese momento en la sala de profesores y en el pequeño comedor donde almorzaban; una profesora, que siempre se jactaba de estar muy bien informada, afirmó que la directora, ante la evidente ineptitud de Nicanor, había propinado tal cachetada en el viejo rostro del profesor, que ésta se había escuchado hasta en su sala de clases; dicho esto, la profesora miró los rostros embobados de sus colegas y lanzó una estentórea carcajada.
Cuando Nicanor supo de la versión de la profesora, que a esta altura se había transformado en la versión oficial de un hecho que nunca había ocurrido, reflexionó – cuando las personas quieren creer sin tapujos ni barreras, sólo la fe ciega los sustenta. Todo este ambiente con sus colegas produjo que Nicanor se volviera más hacia su interior; se refugió en los recuerdos de su adolescencia cuando los días eran luminosos y derrochaba juventud, recuerda aquella joven pálida y sombría que conoció en su pueblo cuando ambos despertaban a las experiencias fascinantes de la juventud que sin querer dejan huellas. La relación con ella fue de estricta cortesía, sólo palabras; puede que alguna vez la haya besado, pero quien no besa a sus amigas. Disfrutaba de la compañía de aquella joven melancólica que tuvo una inmerecida muerte y de la cual ya ni recuerda el nombre, por eso la nombra como María.
Los exámenes médicos confirmaron las sospechas del médico y los temores de Nicanor. Fue sometido a una cirugía para extirpar el tumor y posteriormente a un tratamiento de radiación. También tuvo que atenderse con un oftalmólogo porque su visión estaba muy deteriorada. Después de una larga licencia médica, en la que además tuvo apuros económicos porque el Compin rechazaba las licencias médicas y las que aceptaba, demoraba en pagarlas. Ya recuperada su voz y superado el tratamiento, con sus lentes de marco negro, cristales gruesos como lupa y su aspecto de espantapájaros, se presentó Nicanor en el colegio para retomar sus clases. Sus colegas al verlo comenzaron a murmurar respecto de los lentes y de qué le habría pasado en la vista. Realmente esos marcos son muy feos y no le vienen a su rostro demacrado, dijo una profesora que era la esteticién entre sus pares y que siempre marcaba la pauta de lo que había que vestir. Por su parte, los alumnos felicitaron a Nicanor por su nueva adquisición y lo animaron a sentirse bien consigo mismo, aunque sabían del aspecto ridículo que adquirió con aquellos gruesos lentes. A la semana de haber vuelto a trabajar sobrevino en el patio del colegio un conato de pelea entre dos alumnos que luego se transformó en una trifulca generalizada; Nicanor que se encontraba justo en el centro del patio conversando animadamente con un pequeño grupo de alumnos sobre un gaucho argentino que deja la ciudad para hacerse cargo de una estancia en la pampa, se ve envuelto en esta tromba en que se había transformado la pelea, trató de intervenir para parar el altercado pero fue arrastrado por la masa; perdió el equilibrio y en la caída perdió sus lentes que fueron pisoteados.
Como no contaba con los recursos necesarios para reponer inmediatamente los lentes, Nicanor tuvo que hacer clases esforzando su vista. Un colega que animaba la conversación en la sala de profesores durante los recreos con sus chistes repetidos y sin gracia, le preguntó a Nicanor cómo había llegado a estropearse tanto la visión; solamente me los he arruinado haciendo clases, con la mala luz, el sol y la miserable luna, a tal punto que a tres metros ni siquiera reconozco a mi propia madre, respondió Nicanor, ¿pero no habías contado que tu madre había fallecido hace años?, preguntó una profesora mientras le mostraba a otra un catálogo de ventas de perfumes. El resto de los profesores se volvió a sumir en la revisión de sus computadores personales.
Llegó el fin del año escolar y a Nicanor le correspondió hacer el discurso para despedir a los alumnos que egresaban en la ceremonia de licenciatura. Aquel día Nicanor se presentó con un aire renovado, su piel estaba tersa y firme, su postura ya no estaba encorvada y su voz retumbaba con el vigor de la lozanía. Las palabras que Nicanor dirigió a sus alumnos estuvieron enmarcadas por la solemnidad, destacó que tal como ellos, él también fue joven, tuvo sus mismos sueños, fundir el cobre y limar las caras del diamante; los alumnos emocionados por las palabras de Nicanor, vieron como a medida que avanzaba el discurso la figura de su profesor crecía para luego levitar y finalmente lo vieron perderse por sobre el edificio del colegio y aseguran los que presenciaron aquella ceremonia haberle escuchado pronunciar el nombre María.
R.L. y F.C.
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