viernes, 25 de abril de 2025

Céline y su viaje por la noche

 Fue un descubrimiento surgido de la nada. Es como si algo me hubiese llamado a la lectura de esta novela. El misterio a veces surge espontáneamente como lo hacen las nubes que cruzan los cielos y, realmente para mí, el cómo llegó la idea de leerla, fue un misterio total. A veces, las nubes vienen negras y oscurecen el panorama, por lo cual hay que tomar precauciones para seguir viviendo. Y cuando cae la noche, habrá que buscar un lugar donde refugiarse y encontrar un corruelo que nos asegure el pan y el techo de cada día. Cuando viene la urgencia de escapar, de huir de los peligros, no hay que pensarlo dos veces. Esto y muchas otras cosas me han hecho pensar "Viaje al fin de la noche" de Louis-Ferdinand Céline, escritor francés que alcanzó a vivir parte de su infancia a fines del siglo XIX. 


Hay varias cosas que se pueden mencionar respecto a esta novela. Vamos por parte y no nos apuremos. En primer lugar, Céline logró conciliar la palabra escrita, el ritmo, la riqueza sonora y el calor de la oralidad del francés en sus escritos. Probablemente, el que sepa leer francés sabrá apreciar este aspecto que menciono. Es en ese idioma donde nos percatamos en profundidad de la musicalidad de ese argot y registros coloquiales, abundantes en la obra. Asimismo, hay que destacar que Céline es un revolucionario literario, entre otros atributos que iremos mencionando, porque el uso de ese argot, una sintaxis novedosa y transgresora, ese traslado de la oralidad a la palabra escrita, hace que las traducciones, por ejemplo al castellano, logren un tono original. 

La novela comienza con una frase que a primeras, no se capta para dónde quiere ir, a lo que se refiere; pero que a medida que te adentras en la lectura, vas captando su significado más profundo. La primera línea que leemos dice: "La cosa empezó así...". Como decía, esa "cosa" es en el fondo la gran noche que debe recorrer Bardamus, el protagonista que nos cuenta esta historia. Y la cosa empieza así: previo a la Primera Guerra Mundial, en un café-bar de París se encuentran Bardamus y unos amigos y amigas, y de pronto, ellos ven pasar un desfile de soldados. Este hecho provoca en el protagonista un arranque de idiotez y chovinismo (quizás) enlistándose en el ejército. Avanzada un poco más la historia, y ya en el frente de batalla, el protagonista nos describe el horror de la guerra en las trincheras. Y es en esta parte donde afloran las decisiones y reflexiones de Bardamus, respecto de distintos temas. La muerte, la vida, la cobardía, la soledad, el amor, el dinero y la codicia, serán los grandes temas que aborda esta obra literaria, entre tantos más. Hay que hacer notar que, en cuanto a la cobardía, el protagonista, no vacila en declararse un cobarde en pro de su vida, porque él sí sabe lo que quiere: «¡Oh! ¡Usted es, pues, completamente cobarde, Ferdinand! ¡Es repugnante como una rata!—Sí, completamente cobarde, Lola, rechazo la guerra y a todos los hombres que contiene, no quiero tener nada más que ver con ellos, con ella.» Aquel que pueda apreciar bien esta parte de la cita, en el libro, podrá entender cómo Bardamus (el alter ego del autor), privilegia estar vivo en vez de estar muerto en una trinchera. Acá llegamos al momento de deserción. El protagonista abandona el ejército. 


Llega el momento de viajar para Bardamus. El destino es África en las colonias francesas. En este lugar, Bardamus, conoce la crudeza de la geografía africana. Con agudeza y sin anestesia, se describen las peripecias del protagonista con las fiebres que lo aquejaban y su relación con los aborígenes locales. Los funcionarios franceses de estas colonias, se muestran corruptos hasta el nivel de ser proxenetas, entre otras cosas. Luego de esta etapa africana, Bardamus, se escapa del continente negro, donde experimentaba la soledad del aislamiento geográfico. Llega a EE.UU, a la ciudad de Nueva York. Acá se vuelve a encontrar con Lola, pero con consecuencias no muy agradables para ambos personajes. Es en el país norteamericano donde encuentra trabajo en la industria automovilística de Ford. A nuestro juicio, esta parte de la novela es una de las más interesantes, puesto que se manifiesta una crítica, bastante evidente, contra el fordismo y el capitalismo. Cuando Bardamus encuentra una oportunidad de trabajo en Ford, en el momento de la entrevista laboral, es ninguneado por el entrevistador, al manifestar el protagonista que tenía ciertos estudios de medicina; sin embargo, la respuesta que recibió fue certera: "No te van a servir de nada aquí los estudios, chico! No has venido aquí para pensar, sino para hacer los gestos que te ordenen ejecutar... En nuestra fábrica no necesitamos a imaginativos. Lo que necesitamos son chimpancés... Y otro consejo. ¡No vuelvas a hablarnos de tu inteligencia! ¡Ya pensaremos por ti, amigo! Ya lo sabes." Esta es una respuesta descarnada, deshumanizada, sólo se existe en ese sistema para ser un número más y producir como una máquina. Luego de esta etapa norteamericana, el protagonista y narrador, vuelve a Francia para ejercer su profesión de médico en un pueblo cercano a París. Se podría decir que Céline, acá, nos muestra las dos caras del París de los "locos" años veinte: el rostro de los pobres y de los ricos. Ambos grupos humanos muestran sus vicios y virtudes, pero lo que en el fondo se destaca, es la miserable moral de la sociedad occidental. El autor, en este sentido, es un cronista de la decadencia moral del hombre occidental del siglo XX. Esto es lo que nos hace pensar que esta obra es una novela de pensamiento, de reflexión por antonomasia. Los valores humanos, bajo esta lógica, se encuentran oscurecidos por la noche, esa noche de la guerra y su devastación. 

Se podría creer que la gran tradición de la novela francesa sería la novela de aventura, no obstante, con un poco más de análisis, se podría decir que esa tradición es más bien moralista. El autor da vuelta esta tradición, mostrando las flaquezas y obsesiones de las personas. En definitiva los aspectos más repugnantes del hombre actual. La sociedad de la posguerra de 1918, ha sido arrasada también en el plano moral. Está destruida Europa desde sus mismas bases: la moral de los hombres y mujeres que componen esa sociedad. De alguna forma se asoma la interrogante: ¿qué significa el viaje al fin de la noche? La noche es la destrucción cultural, por consiguiente, devastación moral, de toda la Europa de los años veinte y en adelante. Este viaje es un tránsito hacia el pesimismo de la cruda realidad del hombre actual. Hay en la voz del narrador un desencanto absoluto respecto del mundo y sus dinámicas. También se aprecia a las personas en su faceta de hipócritas; ora preocupados por el qué dirán, ora urgidos por conseguir bienes y riquezas, por lo cual están dispuestos a todo. Bajo esta lógica, la novela es un registro descarnado. Hay en la novela un disparo de las percepciones, por ejemplo cuando sucede lo siguiente: "Quise examinarla, pero perdía tanta sangre, era tal papilla, que no se le podía ver ni un centímetro de vagina. Cuajarones. Hacía «gluglú» entre sus piernas como en el cuello cortado del coronel en la guerra. Me limité a colocarle de nuevo el algodón y a arroparla." Evidente es el viaje neurótico del protagonista, hacia los días de la guerra y su crudeza.

La mirada ácida del autor me impresionó bastante. Creo que lo que proyecta la obra, es una cosmovisión de la vida cínica, en el buen sentido de la palabra. Esto quiere decir que el autor, viendo la hipocresía del mundo, de la sociedad, decide tomar una moral personal, individual, que puede parecer una moral antisistémica; pero es la que le sirve para moverse en este mundo tan rata, que es nuestra sociedad, en resumidas cuentas. El ver y mostrar el mundo corrompido, ya podrido, es lo que realmente nos hace pensar que el autor es gran moralista; es el que retoma esa tradición de la hablaba anteriormente. Lo que nos deja la obra, a nosotros sus lectores, es que Bardamus hace un viaje personal al final de esa noche oscura. Nos dice que como sociedad no se aprende y que volvemos constantemente a cometer siempre casi los mismos errores. La verdadera literatura pasa porque nos toca una fibra, que viene desde muy atrás; es en el fondo, ese descenso, esa caída o esa condición de caído, lo que nos puede llevar a un resurgir. Lo que nos da Céline es el miedo, el terror, esa voz del narrador que nos sumerge en sus reflexiones existenciales y pesimistas, pero verdaderas en su sentido cotidiano y realista. Así es la cosa. Acá, vuelvo a decirlo quizás con otras palabras; lo que hace el autor es llevar a cabo una profunda crítica a la esencia de la humanidad misma. El mundo humano está vacío en un mar de indiferencia. La obra nos muestra, además, cómo el progreso humano se alimenta de la miseria que experimenta la gran mayoría. Hay un nihilismo extremo. Hay un camino y un destino que no se diferencian. No se puede confiar en el prójimo, en otro ser humano. Es triste si lo pensamos seriamente. 

Para finalizar, sólo mencionar que este autor me ha sorprendido con creces y me ha gustado mucho esta primera obra que leo de él. Busqué un par de cosas respecto de su oficio de escritor y me pude dar cuenta que Céline; poseía todo aquello que pertenecía a la vanguardia de su época: sentido de la misión (como buen moralista sin filtros), dogmatismo (podría ser), ambición por el diagnóstico social (su mirada pesimista de la sociedad), su enfoque estético revolucionario (su argot, oralidad-escritura y sintaxis) y, por último, la pretensión de hacer cumplir su cosmovisión a través de una obra demoledora. Louis-Ferdinand Céline, influenció a grandes de la literatura; ejemplo de ello son: Samuel Becket, William Burrows, Henry Miller, Charles Bukowski, Jan Jenet, Gunter Grass, Jack Kerowak, y por supuesto a los poetas beat. Demás está decir que la obra cuando fue publicada en 1932, obtuvo grandes premios y consideraciones de la crítica. Finalista del premio Gonkurt y ganador del premio Prix Renault el mismo año que publicó su obra. Lo cierto es que algunos habrán querido desacreditar al autor y su trabajo, por sus comentarios antisemitas, sin embargo, en esta obra no se puede apreciar nada de aquello. Ante lo cual, lea la novela, le dejará más de alguna reflexión. Recomendable totalmente.

martes, 8 de abril de 2025

Ascensión de fin de año


Despertó como de costumbre antes que sonara el despertador, se puso atento para apagarlo cuando comenzara el ringtone; había dormido mal y sentía cierta pesadez en su cabeza y producía un silbido al respirar. Apenas sonó el despertador lo apagó y se metió en el baño; cuando se miró en el espejo para lavarse los dientes se impresionó, no podía creer lo que veía, era su rostro casi desfigurado por un bulto que nacía en su mentón y abarcaba todo el costado izquierdo del cuello. Se palpó la hinchazón, no era dura, pero tampoco era una inflamación normal, se dijo a sí mismo – tendré que pedirle permiso a doña Misericordia para ir al médico. Se duchó y comenzó a vestirse, cuando se puso la camisa se dio cuenta que el primero y segundo botón no podía abrocharlos por la hinchazón del cuello, menos pudo ponerse corbata. Salvó la situación poniéndose una bufanda, aunque ya era primavera, no podía presentarse en su trabajo con la camisa abierta.


Por cierto que llegó atrasado a su trabajo, entró casi corriendo al colegio donde trabaja y pasó frente a la ventana de la oficina de la directora, le hizo una especie de reverencia a modo de saludo, como respuesta obtuvo un gesto con la mano de doña Misericordia para que se apurara en tomar el curso. Su lugar de trabajo era oscuro, no porque faltara luz o fuera de construcción antigua; al contrario, la directora siempre se ufanaba de estar construyendo nuevas salas de clases porque estaban llegando más alumnos. Lo tétrico era el clima que siempre se percibía denso, pesado como un océano, profundo como un cielo estrellado. Los colegas luchaban entre sí para obtener la bonificación del empleado del mes, que era lo más esperado por los funcionarios. La envidia, los celos y la competencia eran la ley; muchas veces esta lucha era exacerbada por los comentarios de doña Misericordia para indisponer unos con otros. Aquellos que conseguían los mejores resultados académicos con sus alumnos, disfrutaban de la adulación –por cierto del dinero- y del reconocimiento de sus apoderados; quienes no, recibían el escarnio público, el repudio y peligraba su permanencia en el establecimiento.

Cuando entró a la sala de clases, sus alumnos comenzaron a preguntarle por qué andaba con bufanda si ya no hacía frío; cuando notaron el bulto en su cuello los cuchicheos entre ellos abundaron y fueron aumentando de tono. Tuvo que alzar la voz para hacer callar a su curso; fue agotador hacer clases esa mañana y con el esfuerzo que hizo para hacerse escuchar, empezó a enmudecer. En el recreo del almuerzo fue llamado a la oficina de la directora. Primero tuvo que dar explicaciones por su atraso al ingreso de la jornada, con el hilo de voz que le quedaba; le dijo que las razones eran de salud y estaban a la vista, obvió la parte en que estuvo largo rato tratando de ponerse la corbata. Tendré que pedirle permiso para ir al médico – le dijo a la directora; trate de pedir hora fuera de su horario de trabajo – le respondió ella, y agregó – en todo caso los tratamientos hoy en día son muy efectivos, Parrita, no se preocupe – de la boca esas palabras fueron vomitadas con un dejo sardónico; Nicanor, petrificado por dentro, la miraba casi sin aliento, y sin ningún argumento, miró a través de la vertical y angosta ventana de aquella oficina. Abatido salió de la oficina de la directora y notó que los profesores y alumnos que estaban en el patio lo miraban como bicho raro; a esa hora su estado ya era conocido por todos y los alumnos se referían a él como el Profe del Cototo; otros más crueles le llamaban El Pelícano.

Sólo pudo conseguir atención médica para una semana más, mientras tuvo que seguir haciendo clases; cada día le costaba más hablar hasta que enmudeció. Nuevamente fue llamado a la oficina de la directora, quien solo le dijo – trate de pedir licencia médica, así podré reemplazarlo. Por fin llegó el día de la atención médica; se presentó puntualmente en el centro médico; aunque tenía reservada la hora de atención, igual tuvo que esperar casi cuarenta y cinco minutos para que lo atendiera el médico. Fue llamado por el altavoz a la consulta tres, entró y un médico con cara de cansado comenzó a hacerle preguntas, que apenas pudo contestar por su problema de voz; luego comenzó una examinación táctil y visual, le palpo el tumor y le hizo abrir la boca alumbrando su cavidad bucal con una lamparilla; no decía nada, solo movía la cabeza de derecha a izquierda y viceversa. El médico terminó de examinarlo y se sentó a su escritorio para escribir en el computador, sin decir una palabra. Luego imprimió varias hojas y recién comenzó a hablar, - se tiene que hacer estos exámenes- y le entregó varias hojas con órdenes de examen médico; luego comentó – no puedo aseverar nada hasta que vea el resultado de los exámenes, pero mi experiencia me indica que esto está serio, por otra parte no puedo darle licencia médica hasta que tenga un diagnóstico. Nicanor abandonó el centro médico más apesadumbrado que nunca.

Como no le dieron licencia médica tuvo que volver a hablar con directora y ante la imposibilidad de hacer clases, ésta con cara de disgusto lo asignó a la biblioteca para atender pedidos de libros, fichar nuevos libros y volver a empastar aquellos que estaban deteriorados; otra parte de su jornada la dedicaba a registrar asistencia en los libros de clases y completar estadísticas. Hasta ese momento su estado era una ola de rumores entre el personal, aunque sus estudiantes deducían no con mucho esfuerzo que su fin no estaba lejos. Cada día lo veían más demacrado y el cansancio se notaba en sus gestos. Sus más de cincuenta horas semanales lo fueron acabando poco a poco, hasta el punto que su misma indumentaria se veía ajada. Un profesor insidiosamente le preguntó por qué se veía como un Quijote vagando por valles y colinas, Nicanor solo contestó - ¿qué te parece mi cara abofeteada?; el profesor, que al parecer no entendía mucho de figuras literarias, tomó literalmente la respuesta de Nicanor y le espetó -¿quién te propinó la cachetada? Nicanor miró atónito a su interlocutor, evitó hacer un comentario ante la falta de perspicacia de su colega y siguió registrando la estadística de los alumnos que habían cometido alguna falta durante la semana.

Los rumores no se dejaron de escuchar desde ese momento en la sala de profesores y en el pequeño comedor donde almorzaban; una profesora, que siempre se jactaba de estar muy bien informada, afirmó que la directora, ante la evidente ineptitud de Nicanor, había propinado tal cachetada en el viejo rostro del profesor, que ésta se había escuchado hasta en su sala de clases; dicho esto, la profesora miró los rostros embobados de sus colegas y lanzó una estentórea carcajada.

Cuando Nicanor supo de la versión de la profesora, que a esta altura se había transformado en la versión oficial de un hecho que nunca había ocurrido, reflexionó – cuando las personas quieren creer sin tapujos ni barreras, sólo la fe ciega los sustenta. Todo este ambiente con sus colegas produjo que Nicanor se volviera más hacia su interior; se refugió en los recuerdos de su adolescencia cuando los días eran luminosos y derrochaba juventud, recuerda aquella joven pálida y sombría que conoció en su pueblo cuando ambos despertaban a las experiencias fascinantes de la juventud que sin querer dejan huellas. La relación con ella fue de estricta cortesía, sólo palabras; puede que alguna vez la haya besado, pero quien no besa a sus amigas. Disfrutaba de la compañía de aquella joven melancólica que tuvo una inmerecida muerte y de la cual ya ni recuerda el nombre, por eso la nombra como María.

Los exámenes médicos confirmaron las sospechas del médico y los temores de Nicanor. Fue sometido a una cirugía para extirpar el tumor y posteriormente a un tratamiento de radiación. También tuvo que atenderse con un oftalmólogo porque su visión estaba muy deteriorada. Después de una larga licencia médica, en la que además tuvo apuros económicos porque el Compin rechazaba las licencias médicas y las que aceptaba, demoraba en pagarlas. Ya recuperada su voz y superado el tratamiento, con sus lentes de marco negro, cristales gruesos como lupa y su aspecto de espantapájaros, se presentó Nicanor en el colegio para retomar sus clases. Sus colegas al verlo comenzaron a murmurar respecto de los lentes y de qué le habría pasado en la vista. Realmente esos marcos son muy feos y no le vienen a su rostro demacrado, dijo una profesora que era la esteticién entre sus pares y que siempre marcaba la pauta de lo que había que vestir. Por su parte, los alumnos felicitaron a Nicanor por su nueva adquisición y lo animaron a sentirse bien consigo mismo, aunque sabían del aspecto ridículo que adquirió con aquellos gruesos lentes. A la semana de haber vuelto a trabajar sobrevino en el patio del colegio un conato de pelea entre dos alumnos que luego se transformó en una trifulca generalizada; Nicanor que se encontraba justo en el centro del patio conversando animadamente con un pequeño grupo de alumnos sobre un gaucho argentino que deja la ciudad para hacerse cargo de una estancia en la pampa, se ve envuelto en esta tromba en que se había transformado la pelea, trató de intervenir para parar el altercado pero fue arrastrado por la masa; perdió el equilibrio y en la caída perdió sus lentes que fueron pisoteados.

Como no contaba con los recursos necesarios para reponer inmediatamente los lentes, Nicanor tuvo que hacer clases esforzando su vista. Un colega que animaba la conversación en la sala de profesores durante los recreos con sus chistes repetidos y sin gracia, le preguntó a Nicanor cómo había llegado a estropearse tanto la visión; solamente me los he arruinado haciendo clases, con la mala luz, el sol y la miserable luna, a tal punto que a tres metros ni siquiera reconozco a mi propia madre, respondió Nicanor, ¿pero no habías contado que tu madre había fallecido hace años?, preguntó una profesora mientras le mostraba a otra un catálogo de ventas de perfumes. El resto de los profesores se volvió a sumir en la revisión de sus computadores personales.

Llegó el fin del año escolar y a Nicanor le correspondió hacer el discurso para despedir a los alumnos que egresaban en la ceremonia de licenciatura. Aquel día Nicanor se presentó con un aire renovado, su piel estaba tersa y firme, su postura ya no estaba encorvada y su voz retumbaba con el vigor de la lozanía. Las palabras que Nicanor dirigió a sus alumnos estuvieron enmarcadas por la solemnidad, destacó que tal como ellos, él también fue joven, tuvo sus mismos sueños, fundir el cobre y limar las caras del diamante; los alumnos emocionados por las palabras de Nicanor, vieron como a medida que avanzaba el discurso la figura de su profesor crecía para luego levitar y finalmente lo vieron perderse por sobre el edificio del colegio y aseguran los que presenciaron aquella ceremonia haberle escuchado pronunciar el nombre María.


R.L. y F.C.


sábado, 5 de abril de 2025

Los infinitos libros de Irene

Recuerdo que cuando era un niño de diez años aproximadamente mi abuelo tenía muchos libros en su departamento, los cuales tenían lomos hechos con género, eso me llamaba la atención, porque sentía que esos libros eran hechos por sus manos y que venían de una época más antigua que la de él, en algunos casos. Aquellos libros de mi abuelo, luego de su muerte, han perdurado ya casi cuarenta y cinco años en el entorno familiar. También recuerdo los paseos de fin de semana a la plaza O’ Higgins en Valparaíso y a la feria de las “pulgas”, que se instalaba en el lugar. Allí se encontraban libros que se notaba que eran muy antiguos junto con objetos de otras épocas. Para mí los libros traspasan la barrera del tiempo, y no sólo porque el papel termina como alimento de polillas, sino porque las ideas o historias contenidas en el objeto-libro, que año a año acumula polvo y sus hojas se vuelven amarillas, evocan emociones, aprendizajes y tiempos mejores, entre muchas más cosas. Esas idas de fin de semana a la plaza a ver antigüedades y libros viejos, formaron de alguna manera mi identidad de lector. Descubrí la literatura y sus mundos, sus profundidades y vericuetos escondidos para aquellos que no la leen, y que, por lo tanto, no la pueden apreciar. Yo tengo la costumbre de leer diariamente y siento que sin los libros no tendría un puente para llegar a las ideas de los otros. Pero hay gente que aún se pierde de este bello tesoro, que es leer. Sé que para muchos, en estos tiempos, el libro y la lectura no son más que actividades prescindibles, aunque no se han dado cuenta qué tan bien les haría para mejorar sus dotes comunicativas, leer de verdad. Cuando Irene Vallejo dice que “los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien”, tiene toda la razón al decir esto a través de la visión de los habitantes del mundo antiguo, respecto de la importancia de la lectura como actividad que nutre el pensamiento de los seres humanos. Hoy en día las personas casi no saben hablar y menos pensar. Les cuesta mucho entender un libro o un texto de unas cuantas páginas. Quizás esto gracias a la desidia o al actual imperio de la imagen, que rige la vida de millones. Para cualquier lector con amor a las letras; éste se dará cuenta inmediatamente, que este libro, que reseñamos acá, es un llamado de atención para girar nuestra mirada hacia los libros; y entender éstos, como la raíz o fuente indispensable del auténtico saber humano. Dice la autora que el sueño alejandrino de las bibliotecas infinitas y el saber sin límites son algo fundamental para el desarrollo intelectual humano. El papel, la imprenta, la curiosidad liberada de miedos y pecados, conducirán a los mismos umbrales de la modernidad. Estamos en esa modernidad ( o posmodernidad), y sin embargo, pienso que vivimos una época de la crisis del saber. Aunque en la actualidad tenemos un acceso inigualable a la información y, por ende a los libros, muchas personas se están perdiendo en la superficie de las cosas; viendo videos y más videos que sólo exploran lo jocoso, la moda chistosa del chascarro más atractivo, y que no aportan mayormente al desarrollo cultural colectivo. Es lamentable. 


Lo que hace Irene Vallejo, escritora, prensadora y filóloga española (nacida en 1979), que colabora con medios de comunicación; es que nos ha dado uno de los ensayos más aclaratorios y bellos del último tiempo respecto del conocimiento y del libro, como de su evaluación también. De esta herramienta llamada libro, que prolonga la memoria humana; habla y reflexiona la española en una danza de conocimientos acerca del tema, como pocos lo han hecho. “El infinito en un junco” es un ensayo hermoso acerca de la historia del libro, repito, el cual es un artefacto trascendente de la cultura humana, y que no ha sido superado, ni siquiera por la mejor tecnología de la actualidad. Hoy en día aún se siguen vendiendo en librerías ejemplares físicos de los textos, que en el fondo son los libros. Osadamente los podemos comparar con las Tablas de la Ley de Moisés. Nuestro tiempo de alguna manera ha perdido esa relación íntima que la humanidad mantuvo desde sus orígenes con el libro. Ese vínculo de perpetuidad del saber y de la experiencia humana, es quizáslo que hoy se ha perdido. Creo que es por eso que para la pensadora, Grecia y Roma, son los ejes fundamentales para desarrollar su obra. Sin duda, estas civilizaciones marcan el precedente del saber y la erudición del conocimiento, por antonomasia en occidente. Así nos adentramos en los vericuetos de la historia, para entender cómo surge la escritura y los libros y también el pensamiento humano. Civilizaciones, guerras, miedos, territorios, bibliotecas, incendios, personajes ilustres del saber universal, amores, envidias, ideas e imaginación, entre otros; son elementos transversales a lo largo de todo el bello libro de la oriunda de Zaragoza. Pensadores, poetas, trovadores, bibliotecarios, esclavos romanos, copistas de libros y muchas cosas más son retratados y puestos al balance de los tiempos actuales por parte de la autora. Esto nos permite tener una noción bien clara de las cosas que propone y entender hacia dónde camina la propuesta de este libro, que reseñamos a continuación.


El aporte griego

Vallejo nos ofrece un retrato vívido de la cultura griega, destacando su influencia perdurable en la historia del libro. El dominio heleno en términos culturales y civilizatorios, Irene Vallejo, lo plasma desde tres puntos inconfundibles: Alejandro Magno, la dinastía Ptolemaica y la influencia Helenística. Ya en las primeras páginas de este texto, encontraremos que la ciudad de Alejandría, en Egipto, será el gran pilar cultural que otorgará los cimientos de nuestra actual sociedad de la información. En la antigüedad surge la escritura, los papiros, los pergaminos y también las bibliotecas y el museo. En el libro editado por Penguin Random House Grupo Editorial en 2022, las explicaciones e interpretaciones históricas, etnográficas, sociológicas, literarias y filosóficas, son abordados por la mirada analítica de la autora; enlazando las ideas y hechos del pasado con aquellas cosas del presente (vuelvo a reiterar esta idea porque realmente es magistral, a mi gusto), que nos hacen comprender lo importante que es para el progreso humano. El libro, objeto inerte, cobra vida en la mirada del lector, desatando un diálogo eterno entre el pasado y el presente. Ése es el uso que se le debe dar y no un fetichismo estéril de coleccionista inútil, como ciertos monarcas del pasado hacían. Sin embargo, los bibliomanos, con ese afán de coleccionar (en todo caso no sé si la palabra “coleccionar” sea aquí la más apropiada. Todos somos de alguna forma coleccionistas de libros, lo confieso) libros, hacen algo fundamental para la creación y difusión del conocimiento; de la sabiduría versus el hostigante olvido que amenaza con borrar todo vestigio de nuestra existencia por este mundo. Escribir y leer son hermanos inseparables y su morada es el libro. Allí es donde se dan todas las posibilidades que pueda otorgar nuestro lenguaje humano e imaginación. Esta es la sensación que proyecta la lectura de esta gran obra de la española Irene Vallejo. 

En las grandes infraestructuras del pasado (tanto de Roma como de Grecia), se monta el escenario ideal que la autora nos entrega a través de palabras precisas y bien cuidadas, las cuales va tejiendo con maestría; y así la pensadora nos sumerge en épocas y culturas ya extintas para nosotros. Nos guía en los laberintos del libro y del tiempo. De esta forma es como nos hacemos la idea cabal de ese pasado esplendoroso y a veces contradictorio, que nos entrega esta obra respecto al libro y el saber humano. Con las hábiles manos de Penélope va tejiendo la española todo el traje textual que es este “infinito en el junco” que muestra a sus lectores. Sé que volvemos sobre esta idea, pero es fundamental: la gran Biblioteca de Alejandría, el Faro de Alejandría y el Museo, son como unos tótem para el conocimiento humano en general, y para los amantes del saber, por cierto. Serán, también, importantísimas estos “tótems”, para el desarrollo explicativo de las ideas que se exponen en esta obra. El trabajo que la autora nos entrega, está cargado de analogías hermosas, citando verdaderos próceres de las bibliotecas como lo fue Borges: “En un sorprendente anacronismo, Borges presagia el mundo actual. El relato contiene, es cierto, una intuición contemporánea: la red electrónica, el concepto que ahora denominamos web, es una réplica del funcionamiento de las bibliotecas". Estas palabras de la autora, aluden a aquel cuento de Borges llamado “La biblioteca de Babel” y nos sirve como metáfora para entender lo importante que fue la biblioteca de Alejandría para la cultura occidental. Este libro tiene ese sabor a ciudad cosmopolita. Esto por gracia y crédito del gran Alejandro Magno. Este personaje histórico es otro eje central, también; que permite entender cómo surge el pensar, la escritura y el libro. El relato o la explicación de la maratónica carrera por unificar todas las visiones posibles del pensamiento en un lugar reconocible e icónico como una biblioteca, fue el sueño del conquistador macedonio, que a la postre se cumplió de alguna forma y trascendió en el tiempo y pudo llegar a nosotros. Sueño que de alguna manera tiene eco en nuestros días con la figura todopoderosa y omnisciente de internet. Otro aspecto interesante del libro, se relaciona con las ansias del hombre por preservar el saber. Hoy la humanidad no sería lo que es, sin ese espíritu y curiosidad, que se gestó en los albores de la civilización occidental. En este sentido, la oralidad por cierto es rescatada por la intelectual española, dándole la importancia necesaria para entenderla como si ésta fuese una especie de bisagra entre el soplo de las palabras cuando se dicen a voz viva y los signos lingüísticos grabados en papiros, cortezas de árboles, con caligrafías excelsas y hermosas, tanto en madera o en cueros de animales. La biblioteca de Alejandría contaba con una cantidad de libros muy variado y enorme, que por distintos azares y tragedias de la historia fueron disolviéndose en las aguas de los tiempos. Esto nos condiciona de alguna forma para tener todo el espectro del saber del pasado, hoy en nuestras manos bajo la égida de la web. En ella (la Biblioteca) estaban reflejados todos los temas, todas las ideas y reflexiones, todas las miradas más avanzadas y punzantes del tiempo antiguo. Y esta ocurrencia es meritoria darle vueltas, y lo hace la autora, porque en el fondo es un punto de referencia insoslayable para entender la posterior trascendencia del libro, como objeto transmisor de cultura. 


El aporte romano

En la parte del libro dedicado al legado romano, encontramos que Vallejo, nos muestra esa actitud avasalladora de la cultura romana antigua. Eso de “aquí estamos nosotros, y ¿qué sucede?”. Ese dominar a través de la fuerza militar y del dinero, y, además, ellos queriendo siempre tener un sustento cultural, un relato que les dé sentido de cierto "chovinismo", que los haga destacar por sobre los demás pueblos; y así dominar y conquistar. Ése es el juego que jugaron los antiguos romanos y de lo cual se nos explica en esta obra. Lo más apropiado (para los romanos), nos cuenta el libro de la española, fue que los habitantes del Lacio imitaron a los griegos para encontrar ese relato que buscaban y que les daba el sustento para conquistar culturalmente, y que de esta manera los conquistados sientan que son parte del imperio, y que ni siquiera digan ni “pio”, y den gracias por ello. Así surge el afán por la cultura y el libro. Pero también conocemos que la esclavitud es mostrado como un elemento clave para entender el gusto de patricios y ciudadanos de alto nivel, por la lectura de libros en voz alta, por ejemplo, en aquella época y por aquellos lares. Los ciudadanos romanos no querían ser menos que los griegos cultos y refinados, por lo cual vuelcan sus ansias de sabiduría en la recolección de libros y copian obras, por medio de las manos de sus esclavos. La escritora nos va explicando y mostrando la importancia vital de aquellos seres humanos, confinados a la esclavitud en el imperio romano; a trabajos que eran considerados de baja estofa, pero necesarios o vitales para el desarrollo del imperio en términos del saber como sinónimo de poder. Así, los que se dedicaban a labores de educación, medicina y otras similares o inferiores, lo hacían siempre bajo el mandato de la esclavitud. Los “profesores”, por dar el caso, al impartir sus lecciones, lo hacían con severidad y rigor, llegando a niveles de extrema violencia que dejaban huellas en sus alumnos toda la vida. Quizás era la imitación de lo que ellos recibieron cuando fueron hechos esclavos, lo que aplicaron como método pedagógico. Algunos estarían bien contentos si volviesen “ciertos tiempos” hoy en día en el ámbito educativo, respecto de estos métodos. El libro también aborda el rol del lector en todo este cuento. Nos otorga Vallejo, a nosotros los lectores, con la claridad de una argumentación sutil y eficaz, que somos, a pesar de ser pocos, a lo largo de la historia, los guardianes de algo grande, pero desvalorado actualmente, creo. Siempre, el lector, ha tenido limitantes para sumergirse en las palpitantes letras escritas de un libro: ya sea la inquisidora visión de una iglesia omnipotente y castigadora; o el elevado IVA al libro de nuestros tiempos. En ocasiones, en ciertas sociedades antiguas como la de los romanos, un signo de distinción y de privilegio era saber leer. Hoy ya no es así. La filóloga nos comparte su visión respecto de aspectos casi desconocidos del lado B de la lectura y la escritura, en este necesario ensayo. Datos interesantes, reflexiones destacadas y profundas observaciones de este libro, se entrelazan con aspectos de nuestra vida lectora y libresca de nuestros tiempos. Esto nos provoca, como lectores modernos sobre estimulados, una comprensión más didáctica de las ideas e informaciones expresadas en esta obra. El libro de Vallejo, es en síntesis, una exquisita amalgama de datos, experiencias personales, biografías de personajes ilustres vinculados a los libros, conquistadores, dictadores modernos, libreros perseguidos, militares quemando ideas y ocurrencias propias de la autora respecto del tema central: el libro como elemento transformador de la vida humana y de la civilización. Todo se teje tan bien en este volumen, que cada elemento se encuentra en un equilibrio exquisito; todo en él está puesto en directa proporción de sus partes y componentes.

Fundamental es la reflexión que hace la autora al manifestar que “los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas”. Esto me pareció muy importante, porque la lectura es una actividad que nos puede sacar del hoyo más profundo en que nos encontremos, sobre todo en términos psicológicos. Manifestar que la palabra escrita ha sido perseguida en todas las épocas, es establecer una verdad del porte del mismísimo faro de Alejandría, e incluso más grande. Muchos tiranos y dictadores han querido ir en contra de la palabra escrita, quemando y destruyendo ideas, experiencias y teorías escritas. De ahí que la española, menciona obras icónicas que detallan esta nefasta actividad; como lo es “fahrenheit 451” de Bradbury o “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, por sólo mencionar un par de ejemplos. Uno de los aspectos de la lectura, como actividad intrínseca asociada a la palabra escrita y al pensamiento, que se destaca en el libro, dice relación con el paso del papiro al códice. Otro punto interesante de la obra de Vallejo. La filóloga, explica muy bien este aspecto, haciendo focos comparativos entre el libro moderno y las tablets, por ejemplo; pero siempre haciendo guiños al pasado, como cuando menciona a Marcial, aquel poeta romano del siglo I, que con sus epigramas jocosos, ensalzaba el uso del códice por sobre el rollo entre otras temáticas que tocaba en su poesía. Esto nos lleva al hecho de que la tecnología siempre se va superando a sí misma, constantemente. Esto sucedió más o menos así: el papiro sepultó a la tradición oral, el códice dejó atrás al papiro, la imprenta de Gutemberg masificó el conocimiento, y por ende, la cantidad de libros en manos de seres comunes y corrientes; y por último, internet rompió todas las barreras. Sin embargo, nos alerta la española, que aun así, la censura de los regentes romanos a obras que incomodan al poder, puede seguir viva hoy bajo otros rótulos y caretas. Hay que tener cuidado hoy en este sentido y quizás en todos los sentidos. No es posible que a estas alturas de la historia humana, existan libros y autores proscritos, como los hubo en el pasado. De que los hay, creo que los hay. De esto también nos alerta el infinito en un junco. 

Los libros son objetos mágicos, que de alguna forma transmutan vidas, formas de pensar, la moral e incluso la sensibilidad de los seres humanos. Si les damos la oportunidad, podemos encontrar en ellos, aquello que nos falta, eso que buscamos y que no encontramos en las pantallas; eso que está hecho de palabras y que nos ayudan, incluso, a encontrar el sentido de lo que vivimos. Porque las palabras son poderosas hay que ponerles atención. No en vano el Verbo es la mismísima divinidad en la Biblia. Desde las religiones hasta los científicos más concienzudos, metodológicamente hablando, de nuestros tiempos, se cobijan en el libro como el auténtico resguardo ante el olvido y la ignorancia. La memoria es frágil y por eso se necesita del libro como aquello que apuntala y refuerza nuestra quebradiza capacidad para recordar. Lo más bello de todo es volver una y otra vez sobre aquello que se nos escapa, ya sea por culpa del tiempo y su inexorable poder, o porque sencillamente se nos olvidó el dato que nos hace ganar cuando jugamos bachillerato. Es por esto que el libro es, como aquella ave que nos permite volar; es nuestro más fiel amigo, dado que no sólo nos acompaña en la evasión y la catarsis, sino que también da cabida a nuestras expresiones más íntimas y ayuda a expandir el límite de nuestro pensamiento. Así que, amigo mío, ya sabe: si quieres expandir tu mundo, aventúrate a abrir un libro. Sólo tienes que deslizar tu mirada sobre las letras y dejar que ellas bailen en tu mente y cultiven la fértil tierra de las ideas en ti. 

        








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