miércoles, 29 de enero de 2025

Los dolores de Dolores

El primer libro que leo de Stephen King, "Dolores Claiborne", ha resultado ser un verdadero hallazgo. Me alegra partir mis lecturas de este autor con este libro, porque lo he sentido muy humano, es decir, aborda temas y asuntos que escapan un tanto de lo extraño o sobrenatural a secas, y se adentra más en las complejidades del alma humana, cuando ésta es puesta al límite. 


Sé que King es un autor reconocible por ser un maestro que maneja muy bien el horror y el suspenso en sus relatos, pero acá, reitero, estamos ante otra cosa. El abuso sexual, la violencia doméstica, la lucha por la sobrevivencia manteniendo un trabajo extenuante y de alta exigencia, son algunos de sus elementos. Como también lo es la venganza. 

Dolores es sospechosa de la muerte de su patrona, Vera Donovan, una mujer anciana, viuda y acaudalada. Ella trabaja para la millonaria mujer hace décadas, desempeñando labores de ama de llaves, y en la última etapa en la vida de la anciana, hará las veces de dama de compañía. Vera es un personaje complejo desde el punto de vista de la convivencia cotidiana. Dolores irá conociendo los gustos de su patrona, sus manías, sus miedos (como el que le tiene a las pelusas, lo cual tendrá un papel importante en la vida de la millonaria anciana), sus reacciones ante a aquellas cosas que no le agradaban y que perturban sus rutinas y tranquilidad, e, incluso, sus berrinches más ridículos e ilógicos, cómo cuando la anciana ensucia de excremento toda su cama y su habitación, por el sólo hecho de joder la existencia a Dolores. Evidentemente la demencia como enfermedad la aquejaba, pero esto nunca se muestra como tal en la obra, aunque se puede inferir. La señora Donovan también será una pieza clave en la vida de Dolores Claiborne, ya que ella le abrirá el camino a su ama de llaves, para “solucionar” el problema capital en la vida de Dolores: Joe St. George, su marido. Lo que se puede adelantar de este personaje se asocia a una serie de cualidades negativas y conductas morales condenables, bajo cualquier punto de vista. 

En la novela hay momentos en que el relato, que es un gran monólogo interior, nos permite percatarnos de la dimensión dual del personaje de Dolores. Es decir, es una persona frágil pero a la vez completamente dura, resistente y en parte gracias a Vera. Su patrona le demuestra cómo, a veces, en la vida de una mujer, ésta tiene que ser una cabrona. “Ser una cabrona es lo único que le queda a una mujer”, decía Vera, con esa cara de no importarle nada ni nadie. Estas palabras se las dice Vera a Dolores en un contexto de resistencia, de intimidad y desahogo, ya que su patrona conoce todo lo que le está pasando a la señora St. George con su marido e hijos. Una vez que Dolores comienza a hablar en la comisaría para aclarar la muerte de su patrona, da a conocer el crimen que ella cometió para librarse de su marido en el pasado. Era lo que su consciencia necesitaba hacer para estar en paz: contarlo todo, aprovechando la declaración por la muerte de Vera Donovan. 

Para llevar a cabo su crimen, Dolores utiliza como escenario el ficticio eclipse del 20 de julio de 1963, que recorrió la isla de Little Tall, en el estado de Maine, Estados Unidos por aquellos días. El viejo pozo de la casa de los St. George será la lápida para Joe, quien estuvo a punto de salir con vida de la celada de su esposa. Guiado hasta su lecho de muerte por la codicia y la ira, el hombre caerá en la trampa que le ha tendido la madre de sus hijos.

El amor como leitmotiv del crimen es extraño o quizás paradójico, porque fue el amor maternal lo que le dió el impulso a Dolores, por sobre el amor (o su frente lisa) que alguna vez le sintió a Joe, para darle el golpe final a su marido. A fin de cuentas fue el amor la sustancia que le dió el valor a la desventurada mujer para llevar las cosas hasta el final. No importa cuál de todos los tipos que existen haya sido lo que movió a Dolores, pero fue el amor sin duda a final de cuentas. También fue un tipo de instinto de supervivencia que se activó en la mujer. La idea de proteger a sus hijos y, especialmente a la hija adolescente abusada por su padre. Tampoco la abnegada madre quería que sus hijos heredarán las costumbres, forma de ver el mundo y cultura de su marido; ese fue otro elemento que le otorgó la valentía necesaria y, además, esa forma de ser cabrona, coronó todo para no dudar ni un segundo, que eso era lo que tenía que hacer y que no había otra salida al asunto. Las escenas y situaciones que presenta esta obra son de un realismo psicológico que profundiza en las motivaciones, sentimientos y pensamientos de los personajes, como también son crudas y conmovedoras. El estilo es evocativo-monólogo y, en términos de estructura narrativa, la temporalidad es como un zig zag que va desde el pasado hasta el presente, mientras la ya vieja Dolores Claiborne va vomitando toda su historia al detective que la escucha atentamente. 

Es extraño cómo a veces la vida juega sus dados con las personas. La expresión “nadie sabe para quien trabaja” se ajusta perfectamente a lo que le sucedió a Dolores al final de la novela. La fortuna como una diosa que toca la vida de la ama de llaves sin que ella se lo haya propuesto, es algo que no se puede pasar por alto. La desgraciada muerte de Vera fue, en el fondo, lo que le permitiría a su dama de compañía, cambiar su vida para siempre. La vida es un azar caprichoso y eso queda demostrado de manera categórica, a nuestro juicio. Sin embargo, eso es relativo y la interpretación que haga cada lector de este libro al final es lo que cuenta. Sin duda esta fue una lectura muy interesante desde el punto de vista de la técnica narrativa y de la inspiración para escribir la obra, que fue de un caso de la vida real, para armar una historia que engancha al lector desde sus primeras páginas. Como dije al principio de esta reseña, la lectura de este libro fue un hallazgo que me dejó bastante conforme y con ganas de seguir indagando en la literatura del norteamericano.  


jueves, 16 de enero de 2025

La fortuna de un náufrago

Ocultar la verdad, pasar por alto las leyes o normas y sobrevivir ante las inclemencias del mar caribe, son los ingredientes esenciales del libro “Relato de un náufrago” de Gabriel García Márquez. Vamos por parte: primero, esta historia es verídica. Es la historia de un náufrago jovencísimo, marino raso del destructor Caldas, de la marina de guerra de Colombia. Él cae de cubierta, junto con otros compañeros marineros y mucha mercancía que se transportaba irregularmente, tras movimientos violentos generados por la previa de una tormenta en ese momento. La tragedia ocurrió a un día de navegación frente a las costas de Cartagena de Indias, Colombia, el 28 de febrero de 1955. Luis Alejandro Velasco, el náufrago, tuvo que resistir por diez días el hambre, la sed, los tiburones y un sol inclemente que lo abrazaba ferozmente durante todo el tiempo de la sobrevivencia. 

El relato marca el debut literario del joven periodista, por ese entonces, Gabriel García Márquez, quien trabajaba para el periódico “El Espectador”. El joven marinero se acerca al futuro Nobel de Literatura con la intención de vender su historia, la cual es novelada por el escritor, entregada al público lector, escrita en primera persona. La obra fue un éxito. Pero la notoriedad alcanzada por el relato en su momento, no estuvo exenta de polémica: por una parte las autoridades marítimas, que se regían bajo el gobierno de facto de Gustavo Rojas Pinilla, negaron el hecho en su momento y desconocieron todo el apoyo que le habían prestado al desventurado marinero. Por otra parte, entre el escritor colombiano y Luis Velasco hubo entreveros judiciales por los derechos de autor de la obra, al inicio de la década de los ochenta. 


La historia es sencilla para el lector, pero a la vez, es extremadamente compleja para Luis Velasco quien no sabe cómo sobrevivir en el inicio de su peripecia, y, por cierto, no encontrará nada que lo mantenga vivo, sino su determinación de no dejarse morir, aunque si hay un par de hechos que le ayudarán a sobrevivir. En el comienzo del relato se establece cómo son los compañeros de Luis y lo que hacían en tierra: ir a ver películas al cine con las novias de turno e ir a bares para pasar el tiempo, ya que el acorazado estaba en faenas de reparación en el país norteamericano, por un lapsus de unos ocho meses. Cuando los marinos del destructor Caldas debían zarpar rumbo a Cartagena de Indias, muchos de ellos habían perdido su capacidad de aguantar los mareos de la embarcación. Aquello debían prácticamente aprender nuevamente, porque el tiempo pasa y lo que no se practica queda relegado al baúl del olvido, como todo en la vida humana. 

El relato avanza rápidamente al momento de la tragedia, y ya en el capítulo tercero, se nos muestra cómo cada uno de los compañeros de Luis, que han caído al mar, van sucumbiendo ante las inclemencias de un océano embravecido. Inevitablemente, Luis, queda solo pero se libra de la muerte en una rudimentaria balsa que logra alcanzar azarosamente. La consciencia de la muerte de sus compañeros y la soledad hacen sentir al náufrago un miedo indescriptible: “Mi primera impresión, al darme cuenta de que estaba su­mergido en la oscuridad, de que ya no podía ver la palma de mi mano, fue la de que no podría dominar el terror.” No obstante al miedo, Luis, logra superar el miedo y sigue adelante a pesar de todo.


La resiliencia y la perseverancia para mantenerse con vida, (mención especial para su juventud) son dos elementos claves para entender la mente de este superviviente, ya que sin estas actitudes, el joven náufrago hubiera sucumbiendo rápidamente ante la presión y las inclemencias de la naturaleza. ¿Cuáles son los recursos que puede darle la naturaleza a un hombre en esa situación? Muy pocos, sin embargo, a veces la vida sorprende y puede entregar pequeños aportes que si logramos dejar de lado los escrúpulos, éstos nos pueden salvar la vida y mantenernos a flote, literalmente. Las gaviotas, los peces e incluso el agua de mar, otorgan esa cuota de esperanza para una persona que se encuentra al límite. También es importante, en el ser humano, la capacidad de observación del medio en que uno se encuentra. Esta capacidad ayuda a que las personas no se dejen abandonar a su suerte, y en cierta forma, nos colabora en el momento de mayor dificultad, cuando la fortuna te da un empujón. Revise el lector el capítulo que versa acerca del cambio en el color de las aguas, mientras él seguía a la deriva en el océano, en el mar del caribe. Esto fue fundamental para el joven marino, porque le dió la certeza de que tenía esperanzas, posibilidades de seguir con vida, debido a la proximidad de la costa y todo lo que esto implica en términos de sedimentos que llegan de la tierra al mar y que hacen cambiar la tonalidad de las aguas. La observación como base en el progreso humano y también en situaciones de sobrevivencia. Establecer relaciones, patrones y detalles con atención es, en el fondo, percibir y analizar. Esto es la base del progreso; es en esencia, para Luis la delgada linea entre la vida y la muerte.

Nuestra intención es reseñar este libro, sin la pretensión de hacer un resumen excelso del mismo. La idea es dar a conocer lo fundamental para que los lectores descubran en sus propias lecturas, aquello que les haga sentido del texto, y en este sentido, logren valorar el mensaje que cada obra esconde. Por lo tanto, para concluir, es necesario tener presente que en cada tragedia humana, siempre hay una cuota de fortuna (negativo o positivo), que determina el destino del hombre. Es como si los dioses tenían claro que de alguna manera, Luis Velasco, no debía morir en 1955 sino que en el año 2000 a los 66 años de edad aquejado de un cáncer. Es como si la Moira hubiese querido que García Márquez transfiera esta historia de sobrevivencia y sacrificio humano, a todos aquellos que se sientan atraídos por esta historia, para extraer una lección clara respecto de que la determinación humana es algo que incluso los dioses desconocen.

viernes, 10 de enero de 2025

El sonido y la furia en cuatro días

Leer “El sonido y la furia” de William Faulkner es sumergirse en un mar tortuoso desde el punto de vista narrativo. A la vez, también, es conocer la profundidad del alma humana. Es conocer la historia de los Estados Unidos, especialmente, de las tierras del sur de ese país, a través de la genialidad de inventar, por ejemplo, un condado ficticio, llamado “Yoknapatawpha". Este autor, premio Nobel de Literatura, se inscribe en la lista de aquellos autores que han creado sus propios escenarios narrativos, y que han hecho cánon en la historia de las letras, a la usanza de Rulfo o García Márquez. Finales del siglo XIX y principios del XX, son los marcos epocales para esta historia, la cual admite otra gran genialidad de Faulkner: sólo en cuatro días nos cuenta las miserias y la decadencia de la familia Compson. Familia, latifundista, que históricamente su fuente de ingresos fue el algodón, misma materia prima que irá con los años decayendo en los mercados y que será, de una u otra forma, parte de la caída socioeconómica de la familia Compson. En cuatro días de relato, tenemos acceso a la vida de los Compson como lectores. La técnica narrativa utilizada no es secuencial, plasmando cuatro días seguidos en la vida de estos personajes, sino que se presenta un tiempo no lineal: 


• 7 de abril de 1928

• 2 de junio de 1910

• 6 de abril de 1928

• 8 de abril de 1928

Esta estructura hace que la lectura sea un tanto desafiante junto con otras técnicas narrativas que utiliza el autor, tales como un lenguaje experimental, flujo de la consciencia y múltiples narradores. En el sentido de los narradores, destacan las voces, a juicio personal, de Benjy, Quentin y Jason. El caso de Benjy es especial y amerita la compasión absoluta e incuestionable del lector. Uno termina queriendo a este personaje. Saber cómo un ser humano con discapacidad mental, es visto como una carga y un castigo por parte de su propia familia –esta es la impresión que me deja la lectura respecto de la actitud familiar para con Benjy–, es algo que a muchos futuros lectores de esta novela, puede indignar, sobretodo cuando nos llegamos a enterar cuál es el paradero de este personaje al final de la obra. La parte que narra este personaje contiene la real furia, que ejercía la familia en su contra. Esto resulta ser de una indolencia descarada, que Benjy la siente y la tolera, tratando de alzar su voz ante el atropello (quizás esta interpretación es exagerada de mi parte), con berreos que son el seco sonido de su desesperación no escuchada. Él ha perdido su prado, que ha sido vendido para costear los estudios del hermano, que decide suicidarse a son de lo que el lector descubra. Benjy, además, pierde el fuego y su… en fin, no queremos poner en alerta con lo que el lector se pueda encontrar en esta obra. Es acá, en todo caso, la expresión de mayor humanidad de la obra, pero también la más desafiante de entender. Hay que tomar en cuenta que en Benjy estamos en presencia de un lenguaje especial, que transmite lo que ve y siente el Compson más desprotegido, en relación a la vida cotidiana junto a su familia y a los negros. 

Aquí destacan la figura de Dilsey, aquella sirvienta-cocinera de los Compson, que a su vez es una suerte de matriarca negra que ha sido la testigo silenciosa e histórica de la ruina de sus “empleadores”. La impresión que da la relación que tiene con los Compson es de una esclava con sus amos. Sin embargo, en algún momento de la historia, Jason, cuando ya tiene que rematar sus bienes, puesto que las circunstancias lo ameritan, manifiesta que los Compson se han librado de los negros, y que de alguna forma esto no se ha dado a la inversa. Los sirvientes negros en la obra representan ideas interesantes y dignas de ser repasadas. Ejemplo de ello se dan en los contrastes sociales y las costumbres religiosas que tienen los negros. A pesar de la vida sacrificada y postergada de la gente de color, estos personajes representan de alguna forma una especie de resistencia ante las injusticias que se viven en los estados sureños del Estados Unidos de esos tiempos. Luster y su abuela, Dilsey, son observadores mudos de las relaciones familiares tortuosas de los Compson. El amor, el honor, el odio, la culpa y la traición son temas fundamentales en esta obra, y son la piedra angular que sustenta esta obra, y de alguna forma los negros entienden estas ideas y las callan sin intervenir mayormente. Es complejo que el lector descubra estos aspectos esenciales, la novela se torna difícil de comprender a ratos. 


Quentin comete supuestamente incesto con su hermana Caddy; la culpa los debería carcomer, pero expresamente eso no se aprecia en la historia. Se sabe que la hermana de Quentin tiene un hijo fuera de su matrimonio. Piensen, queridos lectores, que este personaje es crucial para la familia Compson; se puede considerar el centro emocional de los suyos, y cuando queda embarazada, esto genera el inicio del fin para esta familia. Es expulsada, ya que ha traicionado los valores tradicionales de la familia, que son los de la sociedad norteamericana de la época, y, por tanto, trata de criar a su hija, Quentin (el nombre del bebé es el de su hermano muerto, ¿rebeldía?), de la mejor manera posible. Un día Caddy deja a su hija en la puerta de la casa de sus padres y nunca más aparecerá. Eso sí, se preocupa de la manutención económica de su hija y envía regularmente recursos para ello. Acá, otro punto clave que involucra a Jason. No mencionaré mayor detalle al respecto, para que el lector vea por sí mismo qué sucede aquí, en este aspecto.

Jason merece un párrafo aparte. Este personaje personifica una serie de atributos que dejan bastante que desear en cuanto a su comportamiento y las relaciones que establece, especialmente, con su sobrina Quentin. Los lectores sabrán juzgar las acciones de Jason. Sólo decir que su actitud traicionera es el reflejo del ser humano frío, ambicioso, resentido y manipulador. Ustedes sabrán entender el porqué de su resentimiento respecto a su trabajo y lo que él deseó tener como puesto laboral soñado, por ejemplo. Su resentimiento nace de la relación con su hermana Caddy, pues la culpa de la decadencia de la familia, considerándola una “zorra”. Utiliza su posición de poder para controlar a su sobrina y a su madre, especialmente en la época en que el patriarca Compson ha muerto. Su temperamento es violento y explosivo. Es capaz de cometer los actos más violentos, por lo menos esa fue la impresión que me dejó. Esa forma de ser se extiende a los sirvientes y a cualquier persona que no vaya en su misma línea. Se muestra egoísta e interesado por su propio bienestar. En definitiva este personaje da a conocer al lector que es el representante de la decadencia moral y material de su familia, dejando tras de sí, una atmósfera de desolación y desesperanza. Hay que ponerle ojo a este personaje para entender bien la dinámica familiar y la tragedia de la cual es su rostro. ¿Qué otros adjetivos podemos darle? Bueno, pienso en dos: antipático y repulsivo, como el que más.

A modo de despedida, lo único que me queda por decir, es que esta obra me sorprendió para bien. Mi padre me regaló el libro por allá en el 2017, pero no me había nacido leerla y ahí se quedó en mi biblioteca hasta la semana pasada, cuando me aventuré en sus páginas. No niego que fue compleja su lectura y que me tomó un poco más de tiempo consumirla. Un par de veces tuve que pedir asistencia a los prodigios de la modernidad para aclarar dudas. Sin embargo, ante las complejidades de su lectura, es una obra que vale la pena en todos los sentidos, porque nos invita a darnos cuenta que la miseria humana está más cerca de lo que pensamos, incluso en la misma familia. También nos invita a pensar en aquellos que son más débiles ante aquel que ostenta más poder, y, de cómo, la verdad y la libertad son valores fundamentales que se deben buscar y saber que, los que nos envidian y odian, puede limitar nuestra libertad, y también, cómo la verdad o la mentira, juegan un papel fundamental a la hora vivir una existencia plena y en paz. 

sábado, 4 de enero de 2025

Las redes sociales y sus redes

A propósito del poema “Hueso” de Óscar Hanh, he reflexionado que bajo todos los puntos de vista y en última instancia, estamos condenados a la vanidad, estupidez y la hipocresía más absoluta que existe, y no lo digo por decir; lo manifiesto porque cada día que pasa, se presenta con mayor potencia esta idea en la sociedad. Este Pathos vanidoso, hipócrita y hedonista es como si fuese una especie de dolor punzante, de droga paralizante, pero es un dolor real, por lo menos para nosotros, esto nos causa una gran punzada dolorosa. La preocupación aparece y se somatiza. Aparece en alguna parte del cuerpo, está allí todo el tiempo, molestando, entorpeciendo el correcto discurrir de los días y de la vida normal; aquella que es pensada y que se detiene un tiempo para masticar la realidad. Me refiero a algo que excede al sentido común, el buen criterio y que roza la imbecilidad: la vanidad (y muchas otras sub manifestaciones que tiene) y las ansias de figurar como sea en las famosas redes sociales. Esto se muestra de diferentes maneras y aborda diferentes temas. ¿Qué me hizo pensar en estas cosas? Lo menciono arriba: fue gracias al poema “Hueso” del poeta chileno Óscar Hanh que llegó a mí nuevamente. Ya he perdido la cuenta de las veces que lo he leído. Pero esta vez generó una honda reflexión respecto de esta y otras cosas. 


La vanidad humana está en todas partes y se manifiesta de múltiples formas. La cultura humana es portentosa y abarca todo el planeta. La irrupción de la tecnología digital y las redes sociales, han dado tribuna para que todos expongan su ser de la mejor manera que puedan, aunque dudamos que los multimillonarios creadores de las redes sociales hayan tenido una intención altruista cuando dieron vida a estos pequeños medios de comunicación personales. También dudamos que alguna vez se utilicen, por la inmensa mayoría de las personas de este planeta, adecuadamente las benditas redes sociales. Fomentar conocimiento y cultura conducente deberían ser los ideales de la sociedad, sin embargo, es todo lo contrario en estos escaparates comunicativos: banalidad, sexualizar todo aquello que se pueda vender y comprar y, por supuesto, una infinidad de estupideces. Pensemos en aquella niña (sí, vamos a tomar el caso de las mujeres, por ser el más paradigmático en relación al tema que abordamos), que a sus tiernos diez años está en aquella zona intermedia que va entre la infancia y la pubertad, lo que es la puerta de la adolescencia. Pensemos y tomemos conciencia que a esa edad la mayoría de las niñas comienzan a centrar su atención en su aspecto físico, en el maquillaje que usarán para ir a un evento de la escuela, la vestimenta a ocupar en alguna junta con sus amigas, etc. Pensemos también que a esa niña la acompaña un teléfono inteligente; estos aparatos espectaculares que tienen como cuatro cámaras (cada una mejor que la otra) para captar fotos y videos de la vida íntima de cada ser humano. Esta idea a nuestro gusto es muy maquiavélica, puesto que de alguna forma hace de cada uno, un criminal, que roba de su propia intimidad, para luego venderle esa privacidad de la vida personal a otra persona que a su vez hace lo mismo que los demás. Eso es muy criminal: al final terminas, como dueño de una red social, lucrando con la vida ajena. Pero esto es un botón para la muestra, ya que el asunto da para mucho. 


“Detrás de toda gran fortuna hay un crimen”. Esta cita se le atribuye a Balzac y aparece en la obra de Mario Puzo, “El Padrino”. El lector se preguntará, sin duda, si esta cita tiene que ver con lo que estamos hablando, y claro que sí. Acá el crimen está en el daño cultural y social que han hecho las RRSS. Es evidente que estas plataformas comunicacionales reportan millonarias ganancias diarias a quienes son sus dueños. El combustible de estas máquinas de hacer dinero es el ego, la validación social mediante una cultura de la ostentación de aquella persona que muestra su vida en estos escaparates digitales. El código de comunicación no es el signo lingüístico, sino que la imagen en movimiento. El video corto muestra lo que realmente nos está pasando: la pérdida de nuestra humanidad, de nuestra esencia. Entiéndase que acá hablamos acerca de las ansias de trascendencia integral, en un sentido humanístico. También se puede entender así este fenómeno. Y esto pasa específicamente por el extravío casi irreversible de la palabra. Es la palabra y su uso no pueril y dedicado a la reflexión más profunda de uno mismo y la realidad circundante, lo que nos permite llegar a esa trascendencia. Pero este no es el tema del que ahora quiero ocuparme por completo. La idea de la pérdida del lenguaje es aquello que puede entenderse como una manifestación más dentro de este gran fenómeno de la RRSS, que tiene que ver con la decadencia social y cultural, por lo menos en esta parte del mundo se está dando así. 

En las tan valoradas redes sociales, las personas usuarias de estas plataformas comunicativas, que esencialmente son niños que van desde los ocho años en adelante y, por cierto, adolescentes (¡sí que los hay!) y algunos otros que ya están bien pasaditos para los bailecitos y las selfies de sus cuerpos, enseñando traseros, senos y curvas varias, pierden su condición más humana: la reflexión. Es cosa de analizar un tanto las redes, para saber cuál es el “contenido” que predomina. Hoy se da el fenómeno que plantea Gregorio Luri (2017), aquel sociólogo español, que plantea que estamos viviendo una inversión de roles etarios: los pubers quieren ser adultos (sobretodo las niñas con altos niveles de sexualización de sus contenidos que comparten en redes) lo más rápido posible, y aquel, de los adultos de treinta años y un poco más, que quieren alargar lo más posible una adolescencia ya ida, sin tener encima de sus hombros la carga de las responsabilidades, etc. Esto es lo que se denomina, quizás de manera peyorativa, el síndrome de “Peter Pan”. ¿Realmente estamos en ese momento de la humanidad en el cual los nuevos “adultos” han perdido la brújula respecto de aquellas etapas de la vida que se van quemando, y que naturalmente, van quedando atrás en la vida? Este es un fenómeno social al cual se le debe poner atención, ya que es un indicador claro del extravío mental que generan las redes sociales, incluso en adultos, que por lógica deberían mostrar seriedad y responsabilidad, y sin embargo, sólo desean diversión y aceptación de los otros en las RRSS. Hoy, cuando estamos escribiendo este artículo, nos hemos enterado en la prensa nacional, que un padre hace que su pequeña hija de cinco años sin casco, maneje una moto de alta velocidad en una carretera a alta velocidad, mientras el hombre la grababa muy relajado viajando de copiloto. La irresponsabilidad y estupidez es infinita en algunos; acá un botón para la muestra. En el video que el hombre sube a sus redes, el lema del registro es: “mi hijita será tranquilita”. ¿Por qué hace esto este hombre? Respuesta: validación social en redes y una actitud infantil exacerbada, en la cual las ansias de figurar en estas plataformas son más fuerte que el sentido común, el buen criterio y la responsabilidad parental. Lo que uno puede ver acá es (aparte de la imbecilidad) que las personas pierden la barrera entre lo real y lo imaginario. Esto es lo que le sucede a aquellos adolescentes de treinta años y a los auténticos quinceañeros. Aquellos (adultos o adolescentes) que viven en un mundo paralelo, que se potencian en un medio social en el cual, cada vez hay con mayor fuerza, más aparatos celulares y conexión a la web, son las reales víctimas de este cuento. Según Del Petre, A. y Redon Pantoja, S. (2020): “el 42% de la población mundial tiene acceso a internet. El 78% de los adolescentes en Chile tiene un perfil creado en redes o juegos.” Las relaciones de proyección y participación que generan las redes no son las adecuadas a nuestro modo de ver el asunto. Las redes serán otra forma de ser, de existir en una realidad paralela; pero qué realidad más triste y falsa, en la cual estás esclavizado a validar tu yo por todas partes para tener cabida en ese mundo. Te autodefines perpetuamente donde estás obligado a ser una o más identidades para poder habitar en la red, cómo bien lo establecen Del Petre, A. Y Redon Pantoja, S. (2020). Los valores y prioridades de la red, en primera instancia están determinados por algoritmos de IA, que conducen los valores y prioridades de los usuarios en la red, incluso son determinantes en procesos eleccionarios, en democracias tan sólidas como la estadounidense. ¿Qué tanto más le podría hacer a niños, adolescentes y “adultos” infantilizados? Éstos se deben a su audiencia real o imaginaria y también se deben a la percepción que ellos mismos tienen de sí y de sus públicos y viceversa. Sin estos elementos estos usuarios pierden su centro, el sentido de sus vidas. La performatividad en la red social es una fuerza potente, que genera que el “yo” sea un efecto del lenguaje preponderante, del discurso y de la cultura que impere en la red. Esto sucede todo el tiempo y ya fue advertido de alguna forma por Nietzsche y por Foucault, guardando las distancias temporales lógicas de estos pensadores, respecto del tema que tratamos acá. Así sucede según lo plantea Judith Butler (como se citó en Del Petre, A. y Redon Pantoja, S., 2020) al manifestar que el yo se conforma en base a estas ideas. En otras palabras, en la web y las redes hay muchos “yo” dando vuelta que buscan la validación a toda costa. Mantener todo el aparataje de las RRSS. como el perfil actualizado, fotografías y videos nuevos, publicaciones, agregar páginas y comentarios sobre publicaciones de otros, y la sensación del anonimato, son actos que constituyen un cambio de realidad: son actos performativos de alguna forma que conforman la subjetividad del usuario (Cover 2014). La identidad colectiva e individual se define bajo esta lógica, es decir, bajo la premisa de una validación, consenso y aceptación en los otros. ¿Pero a qué costo? ¿Será que vivimos la época donde el individuo pensante, deje de manifestar lo que piensa para no ofender a su contraparte cretina, según como alguna vez lo manifestó Dostoyevski? Lo que hace nutrir a este yo hedonista, vanidoso y adolescente es en el fondo una construcción simbólica de ese yo ridículo e ignorante que abunda por doquier en las redes. Lo que decimos acá, no significa estar en contra de lo banal o superfluo (que en algunas ocasiones es muy útil en términos psicológicos para las personas), sino más bien damos una voz de alerta respecto del exceso de estupidez que abunda en las redes sociales. Pero uno de los aspectos más tristes, y que se conectan a nuestro juicio con el mensaje que nos deja Óscar Hanh en su poema “hueso”, es en el fondo, esa sensación de esclavitud a la imagen que se disolverá en algún momento, porque todo lo consume el tiempo. Esa dependencia enfermiza de mantener un yo falso, cual top model, que no puede dejar de ser bella, es en última instancia una: “hiperexposición a los otros, que se explica desde un nivel de implicación, estimulado por un cierto efecto Hawthorne: la mejora del desempeño, en este caso el de compartir mejores fotos, vídeos más elaborados, contribuir más a una comunidad o ser un partícipe más activo, se nutre de la hiperestimulación seductora e inmediatamente gratificante de obtener feedback de cada microacción que realizamos.”, según lo plantean Del Petre, A. y Redon Pantoja, S. (2020). En el fondo lo que se vive en estos términos es que los usuarios de las redes sociales se encuentran siempre en una vitrina virtual, en la cual siempre deben responder a un modelo de sociedad, simplificada y hedonista, donde las evidencias de tu existir (videos y fotos), son la prueba de tu éxito social, que en el fondo es la única manera de ser reconocido y ser visible en ese mundo (Portillo, 2016). Esto genera en el sujeto-usuario una suerte de estatus a mantener todo el tiempo. Pero si no se opera bajo la lógica de sobreexposición que hemos mencionado, realmente el usuario tendrá “miedo a perderse de algo”, porque en el fondo deben estar esclavizado a esa aprehensión generalizada respeto a la idea de que los demás están teniendo experiencias gratificantes de las que esos sujetos están ausentes. Es esto lo que genera el deseo de estar constantemente conectado con lo que los otros están haciendo. Sin esto, uno podría pensar, que esos usuarios sometidos y esclavizados no son nada. 

A modo de conclusión, hay que comprender lo importante que son las redes sociales, sobretodo para las generaciones más jóvenes. Es por eso que se debe poner en alerta su mal uso y, también, hacer reflexionar a la sociedad en su conjunto respecto de que estamos atravesando por una de las más grandes crisis que haya vivido la humanidad y, que ésta, se relaciona directamente con un nihilismo postmoderno, que tiene sumida a la población entera del mundo, en eso que Baudelaire llamaba el Spleen de París; la sensación más hastiante y agobiante del mundo. Todo gracias a las gloriosas redes sociales. Pero el gran público no sabe cómo manifestar este sentir. Tal vez, aquello que hemos manifestado, a lo largo de todo este artículo, respecto de las Redes Sociales y sus usuarios, y de las maneras de relacionarse y utilizarlas que tienen los jóvenes en ellas, puede ser una manifestación diferente de ese Spleen Baudelaireriano. Uno nunca sabe. Quizás Hanh, en este sentido, tenía razón cuando decía: “La carne es pusilánime/Recurre al bisturí a ungüentos y a otras máscaras/que tan sólo maquillan el rostro de la muerte”. Estos versos nos dejan un sabor especial en el paladar, en el cual se realza la idea respecto de la vanidad (como tantos otros temas que hemos abordado acá) como uno de los ejes centrales de las famosas RRSS, a nuestro gusto. Es imperativo que se haga una revisión de los intereses que se desvirtúan en las redes sociales y que confunden a los usuarios, los cuales no logran distinguir entre lo importante y conducente versus lo pasajero, lo desechable y lo banal, que se estilan como el pan de cada día en estas plataformas “comunicativas”.

El reinado del narco

 Matan a un cabecilla narco en Chile, evidentemente fue un ajuste de cuentas. Todos en la población se alertan. Algunos no saben quién pudo ...