Hoy
está ante una de las decisiones más importantes de su vida: dejar de hacer
clases, dejar la pedagogía para siempre. Y no es chiste: prefiere mantener su
salud mental y buscar nuevos rumbos, aunque resulten complejos, que terminar
con sus nervios sostenidos por algún fármaco las veinticuatro horas del día.
Una
de las cosas o actividades que más ama en la vida es leer libros, especialmente
si son de literatura. Cuando era más joven, digamos, cuando tenía unos 24 años,
su padre le preguntó si iba a estudiar una carrera convencional, ya que él veía
que sólo se dedicaba a ciertos trabajos esporádicos, a leer y a estar en casa
de su madre acompañándola y todo eso. Ante su insistencia, que ejercía bastante
presión en él cada vez que lo iba a visitar a su casa, terminó cediendo antes
sus requerimientos. Él, junto con su abuela que había sido profesora normalista
y su indefinición ante la idea de ser “profesional” o terminar siendo cualquier
otra cosa en la vida, lograron que se embarcara en una carrera pedagógica. Como
siempre le gustó la literatura la opción fue profesor de lenguaje.
Pero
hoy, luego de haber ejercido por diez años este hermoso oficio -sin duda alguna
es hermoso enseñar en las óptimas condiciones-, se da cuenta que la educación
en este país es una verdadera farsa. El sistema educativo subvencionado y
público (no sé si esto es así en el sector privado; lo dudo), según como lo ve,
está totalmente entrampado en la burocracia y la ineficacia. Si hablamos de los
programas de estudios (y aquí le va a poner adjetivo) podemos darnos cuenta, en
base a lo grandilocuentes que son versus la realidad sociocultural de niños y
jóvenes que diariamente asisten a “clases”, que el supuesto aprendizaje de
contenidos y desarrollo de habilidades cognitivas, queda bastante determinado
por el nivel sociocultural de los estudiantes en conjunto con sus amistades y
familia, nivel económico familiar, factor tiempo para que los profesores
preparen adecuadamente clases e instrumentos evaluativos creativos y modernos,
número de estudiantes por sala que sobrepasan, en algunos casos, los cuarenta
alumnos, cosa que es un sinsentido pedagógico por donde se le mire. Si queremos
sujetos sin el desarrollo de habilidades de tipo intelectuales y que sólo sean
un ladrillo más de la pared, entonces apuntemos a una pedagogía transmisora de
contenidos como si los profesores fuesen un reproductor musical. Sin embargo,
si queremos un sujeto pensante y creativo, debemos disminuir, entre otras
cosas, el número de alumnos por curso. Entre las labores administrativas y
netamente académicas los docentes le dedican el 22% del tiempo de una clase a
labores administrativas (que podría hacerlo un asistente), de manejo de grupo y
creación del clima del aprendizaje. (1) ¿No
aprecian acá que hay algo que no cuadra en todo esto?
Pero
si queremos realmente la tan ansiada calidad en la educación, debemos invertir
monetariamente en ella y en reformular los aspectos más corrosivos de esta:
como lo son la burocracia, la grandilocuencia de programas de estudios que no
conocen a aquel Chile sumido en la ignorancia y en la catedral del consumo: el
Mall, que bien predijo Tomás Moulian. El desconocimiento real del estado
sociocultural de la población adulta es en el fondo, entre otros aspectos más
complejos, lo que se está dejando de lado en la ecuación educativa. ¿Por qué
digo que la responsabilidad está en los adultos? Porque ellos son, a fin de
cuentas, quienes crían a sus hijos; quienes les entregan valores, costumbres y
ejemplos que marcan el derrotero de un futuro delincuente o prostituta en
contraposición de un futuro médico o ingeniero. Es valorable, por parte del
sistema educativo chileno, que los estudiantes salgan de sus años de
preparación teniendo un conocimiento enciclopédico de las distintas disciplinas
humanas, sin embargo, esa meta no se logra si no se desarrollan las habilidades
cognitivas que permiten captar estos conocimientos. Pretender que la población
segregada social, cultural y económicamente alcance este grado de preparación
con el actual modelo educativo, que podríamos denominarlo como de tercera
categoría, ya sea por su burocrática e ineficaz articulación e implementación,
como también por las paupérrimas condiciones materiales de ciertas instituciones
educativas, es pedir, en definitiva, que seamos campeones mundiales de ajedrez
de un día para otro, es una tarea titánica y de reformulación completa. ¿Qué
camino nos queda? Al parecer todo pasa por el dinero y su inmenso poder. Éste,
otro gran problema del Chile de hoy. Veamos lo que sucede en el mundo y veremos
que la cosa no viene bien ese sentido, al parecer.
Acá
lo que esboza es muy ligero; es su opinión y ciertos retazos de su experiencia
docente de estos últimos diez años en el sistema educativo chileno. Su
intención no es aportillar el sistema, sino ayudar con sus observaciones para
que sea algo mejor de lo que es ahora, ya que lo que existe actualmente lo ha
alejado de la actividad. En relación a su salida o huida de la actividad
docente, destaca profundamente la indiferencia, apatía y nulo interés que
tienen los alumnos (no todos; siempre hay unos pocos que marcan diferencia,
aunque sean contados con los dedos de una mano) de aprender, leer y escribir. Creo
que más arriba mencioné lo que pensaba: que en nuestro país hay una crisis de
intereses, y que éstos, son en parte responsabilidad del sistema educativo y de
los adultos; padres de hijos mal criados, que se van reproduciendo en sus
modelos mentales y de conductas, de generación en generación, hasta encontrar
este tipo de hombre posmoderno, neoliberal, pseudo indigenista y ecologista,
ultra tecnológico, y por, sobre todo, consumidor de un cuanto hay, pero flojo y
cómodo, que no le gusta estudiar, en síntesis no le gusta leer. Prefiere ver
videos y escuchar los audiolibros. Al parecer las élites económicas se han
desvinculado por completo del destino de la humanidad, sólo ven su metro
cuadrado y desde esa perspectiva, sólo buscan ladrillos para sus paredes,
piensa con cierta tristeza, el profesor. Por otro lado, el resto de la
humanidad se ha desvinculado por completo de aquello que realmente importa en
la vida y que permite obtener el llamado ascenso social. Cada uno acá saque sus
propias conclusiones. Hoy en día lo que parece importar es la fiesta, el
cantante de moda; enviando un mensaje sexual y misógino en sus “letras”, pero
como es lo que pega y es genial; lo aceptamos. Mostrar el cuerpo en redes
sociales, es la ley, y mostrar cada vez con mayor fuerza que me sé el baile
sensual de moda y que me puedo maquillar mejor que otra, para atraer más
miradas (y aquí va el palo a las mujeres), tener más seguidores cueste lo que
cueste, que en definitiva estimulan este tipo de conductas con sus comentarios
“motivantes”, en fin, esto es en lo que estamos. Toda esta banalidad repercute
en el mundo de la cultura y la educación, por cierto, que sí. Y lo que dice acá
es sólo un botón de muestra para que vayamos entendiendo este fenómeno, que le
ha llevado a tomar la decisión de dejar la pedagogía. Porque para encontrar la
explicación profunda de este fenómeno de desidia y apatía cultural, deberíamos
consultar la voz de expertos en el asunto, aunque queden pocos y así poder
decir que nos hemos librados de la cretinez, aunque sea por un momento.
(1) García-Bullé, S. (2019). Población y
efectividad en el aula, ¿cuántos alumnos son demasiados? Recuperado el 25
de junio de 2019, de
https://www.grupoeducar.cl/noticia/poblacion-y-efectividad-en-el-aula-cuantos-alumnos-son-demasiados/